ALEISTER EL SEÑOR DE LA NOCHE
CAPÍTULO I
A oscuras dentro de un carruaje todo tapado, en mitad de la noche invernal arropada detrás de mi capa, iba con otro pasajero sentado enfrente de mí. No nos dirigíamos ni siquiera una mirada, él iba igual que yo, cubierto con un manto y un sombrero, sin dejar ni un resquicio de su persona al descubierto.
Los caballos galopaban lo más deprisa que podían hasta llegar a nuestro destino. Un cochero con su látigo les hacía correr y correr, hasta casi agotarlos. Con urgencia debíamos llegar al Castillo antes del amanecer, nuestras vidas estaban en juego si por una casualidad nos retrasábamos y la luz impactaba sin compasión sobre nosotros.
Dábamos tumbos por el camino empedrado y farragoso sin descanso. Intentaba agarrarme lo mejor que podía a los asientos, mi compañero casi ni se inmutaba de la fortaleza que poseía. Parecía una estatua sin vida, ni una sola queja, ni un solo sonido salía de su boca.
Con agitación y descontento en un profundo bache que atravesó el carruaje, me caí encima del caballero desconocido.
Me sujetó como si pesara menos que el viento.-Lo siento Señor, le pido disculpas, no he podido evitar el salir disparada de mi asiento.
No me contestó y como si no hubiera ocurrido nada, volvió a colocarme en mi sitio. Menos mal que no veía mi rostro, porque estaba incandescente por el rubor de mi sensibilidad hacía el extraño.
Recuperé la compostura, quise mirar a través de las cortinas de las ventanillas de la carroza y contemplar la oscura noche.
Fue imposible vislumbrar nada, el cielo estaba muy cubierto de nubes y comenzaba a nevar.
Suspiré decepcionada, sentía curiosidad por saber el lugar hacia el que nos dirigíamos.
Una carta urgente llegó hasta la mansión donde vivía con mis padres. Reclamaban mi presencia lo antes posible ante nuestro Señor de las Tierras del Norte. Mi padre es un fiel vasallo, dedicado únicamente a servirlo. Defiende su Condado con un ejercito muy poderoso, ante posibles ataques del enemigo de las Tierras del Sur.
En mis dieciocho años de vida y como única heredera de nuestras propiedades, estoy también obligada a servir a nuestro Señor.
Siempre se ha jurado vasallaje desde el primer Conde Cameron, mi tatarabuelo, con fervor, honor y lealtad.
Ahora ha llegado el momento de hacer mi presentación ante mi poderoso Señor y servirle con mi humilde persona.
Sentía un poco de temor ante tan importante paso que iba a dar. Ya no estaría bajo la protección solamente de mis progenitores, sino que me debía por entero a luchar con todo mi ser por las causas justas ante mi nuevo protector.
Recordaba la triste despedida de mis padres, del servicio de la mansión y de mis maravillosos amigos y aldeanos que siempre me han cuidado y apreciado de corazón.
Las lágrimas silenciosas recorren mi tez blanquecina, antes de empapar el pañuelo con el que me ocultaba el rostro, unos ásperos dedos me las secaron.
Me quedé sorprendida, ante la rapidez con que el desconocido caballero, había notado mi aflicción.
CAPÍTULO I
A oscuras dentro de un carruaje todo tapado, en mitad de la noche invernal arropada detrás de mi capa, iba con otro pasajero sentado enfrente de mí. No nos dirigíamos ni siquiera una mirada, él iba igual que yo, cubierto con un manto y un sombrero, sin dejar ni un resquicio de su persona al descubierto.
Los caballos galopaban lo más deprisa que podían hasta llegar a nuestro destino. Un cochero con su látigo les hacía correr y correr, hasta casi agotarlos. Con urgencia debíamos llegar al Castillo antes del amanecer, nuestras vidas estaban en juego si por una casualidad nos retrasábamos y la luz impactaba sin compasión sobre nosotros.
Dábamos tumbos por el camino empedrado y farragoso sin descanso. Intentaba agarrarme lo mejor que podía a los asientos, mi compañero casi ni se inmutaba de la fortaleza que poseía. Parecía una estatua sin vida, ni una sola queja, ni un solo sonido salía de su boca.
Con agitación y descontento en un profundo bache que atravesó el carruaje, me caí encima del caballero desconocido.
Me sujetó como si pesara menos que el viento.-Lo siento Señor, le pido disculpas, no he podido evitar el salir disparada de mi asiento.
No me contestó y como si no hubiera ocurrido nada, volvió a colocarme en mi sitio. Menos mal que no veía mi rostro, porque estaba incandescente por el rubor de mi sensibilidad hacía el extraño.
Recuperé la compostura, quise mirar a través de las cortinas de las ventanillas de la carroza y contemplar la oscura noche.
Fue imposible vislumbrar nada, el cielo estaba muy cubierto de nubes y comenzaba a nevar.
Suspiré decepcionada, sentía curiosidad por saber el lugar hacia el que nos dirigíamos.
Una carta urgente llegó hasta la mansión donde vivía con mis padres. Reclamaban mi presencia lo antes posible ante nuestro Señor de las Tierras del Norte. Mi padre es un fiel vasallo, dedicado únicamente a servirlo. Defiende su Condado con un ejercito muy poderoso, ante posibles ataques del enemigo de las Tierras del Sur.
En mis dieciocho años de vida y como única heredera de nuestras propiedades, estoy también obligada a servir a nuestro Señor.
Siempre se ha jurado vasallaje desde el primer Conde Cameron, mi tatarabuelo, con fervor, honor y lealtad.
Ahora ha llegado el momento de hacer mi presentación ante mi poderoso Señor y servirle con mi humilde persona.
Sentía un poco de temor ante tan importante paso que iba a dar. Ya no estaría bajo la protección solamente de mis progenitores, sino que me debía por entero a luchar con todo mi ser por las causas justas ante mi nuevo protector.
Recordaba la triste despedida de mis padres, del servicio de la mansión y de mis maravillosos amigos y aldeanos que siempre me han cuidado y apreciado de corazón.
Las lágrimas silenciosas recorren mi tez blanquecina, antes de empapar el pañuelo con el que me ocultaba el rostro, unos ásperos dedos me las secaron.
Me quedé sorprendida, ante la rapidez con que el desconocido caballero, había notado mi aflicción.