América Latina: bochinche e insignificancia.
Escribir sobre nuestro atraso es un acto doloroso, sobre todo porque al profundizar la investigación se van perfilando las múltiples causas de nuestro rezago cultural y tecnológico. Siempre nos hemos tropezado con esa fosilizada clase dirigente, que se ha opuesto tenazmente a introducir los cambios necesarios y oportunos que las circunstancias han demandado, los cuales de no hacerse en ese momento, siempre inician o refuerzan un proceso de descomposición que nos hunde aún más en la trampa histórica en la que se debate América Latina desde hace décadas.
Lo que ha predominado en la conducta de la clase dirigente ha sido la inmadurez, la avaricia, la jactancia, la corrupción y un complejo de superioridad, que incluye la creencia de estar exentos de las leyes. Su miopía no le permitió ver lo que estaba ocurriendo en el mundo, los grandes cambios que estaban transformando la estructura de la sociedad, donde lo fundamental pasaba a ser el conocimiento, el dominio de tecnologías que le estaban abriendo nuevos campos y perspectivas a la humanidad. En ningún momento tuvo la visión y el olfato histórico para percatarse que, tanto renovadas fuerzas y regiones como nuevos factores, pujaban por saltar al escenario global.
La historia no se detuvo a esperar a esa folklórica región, exportadora de materias primas y de insuperables paisajes. Por el contrario la historia aceleró su marcha y entró en una etapa de grandes y acelerados cambios, nunca vistos por las generaciones que nos precedieron. La ciencia y la tecnología pasaron a ofrecer soluciones jamás pensadas, lo cotidiano pasó a ser lo impredecible.
Este ensayo intenta explicar –a muy grandes rasgos- las causas de nuestro lamentable atraso, sobre todo presentarle al lector algunos indicadores que le permitan visualizar lo profundo de ese rezago. No está dentro del alcance del ensayo –ni en la osadía del autor- proponer soluciones, aunque es obvio que la educación y el conocimiento representan piezas vitales de cualquiera de ellas.
Escribir sobre nuestro atraso es un acto doloroso, sobre todo porque al profundizar la investigación se van perfilando las múltiples causas de nuestro rezago cultural y tecnológico. Siempre nos hemos tropezado con esa fosilizada clase dirigente, que se ha opuesto tenazmente a introducir los cambios necesarios y oportunos que las circunstancias han demandado, los cuales de no hacerse en ese momento, siempre inician o refuerzan un proceso de descomposición que nos hunde aún más en la trampa histórica en la que se debate América Latina desde hace décadas.
Lo que ha predominado en la conducta de la clase dirigente ha sido la inmadurez, la avaricia, la jactancia, la corrupción y un complejo de superioridad, que incluye la creencia de estar exentos de las leyes. Su miopía no le permitió ver lo que estaba ocurriendo en el mundo, los grandes cambios que estaban transformando la estructura de la sociedad, donde lo fundamental pasaba a ser el conocimiento, el dominio de tecnologías que le estaban abriendo nuevos campos y perspectivas a la humanidad. En ningún momento tuvo la visión y el olfato histórico para percatarse que, tanto renovadas fuerzas y regiones como nuevos factores, pujaban por saltar al escenario global.
La historia no se detuvo a esperar a esa folklórica región, exportadora de materias primas y de insuperables paisajes. Por el contrario la historia aceleró su marcha y entró en una etapa de grandes y acelerados cambios, nunca vistos por las generaciones que nos precedieron. La ciencia y la tecnología pasaron a ofrecer soluciones jamás pensadas, lo cotidiano pasó a ser lo impredecible.
Este ensayo intenta explicar –a muy grandes rasgos- las causas de nuestro lamentable atraso, sobre todo presentarle al lector algunos indicadores que le permitan visualizar lo profundo de ese rezago. No está dentro del alcance del ensayo –ni en la osadía del autor- proponer soluciones, aunque es obvio que la educación y el conocimiento representan piezas vitales de cualquiera de ellas.