La palabra amuleto deriva del latín “amuletum” y esta, a su vez, proviene del bajo latín “amoliri”, que significaba "apartar o alejar", pues con respecto al objeto se le creía con el poder de alejar o apartar el mal. Los amuletos más antiguos encontrados son de piedra, bronce, cuero o arcilla, pudiendo tener forma circular, amartillada, rueda, etc. Con el correr del tiempo fueron sumándose otros elementos para la confección de los amuletos, y se emplearon abundantemente plantas, animales, y finalmente la escritura.
Amuleto es, pues, cualquier objeto al que se le atribuye el poder de apartar los males, los sortilegios, pestes, enfermedades, desastres o contrarrestar los malos deseos proyectados a través de la mirada de otras personas. También son muy útiles como símbolos o instrumentos de concentración de nuestra propia energía cuando estamos trabajando con un fin específico, por ejemplo, el éxito de un negocio. Igualmente nos acompañan en nuestro proceso de crecimiento, como apoyos y recordatorios de nuestra esencia o nuestro poder animal, aunque, sin embargo, es necesario tener presente que sería un error otorgarles un poder que únicamente nos pertenece a cada uno de nosotros: el poder de crear nuestra propia realidad.
Lo cierto es que desde el principio de los tiempos el ser humano buscó protegerse de los ataques de la naturaleza a la que veía, no solamente como la proveedora de alimento para sí y su especie, sino también como violenta y devastadora de su propio hábitat. Para evitar su ira incontrolada empleó estatuas, ídolos, tótem, dibujos y, especialmente, la quema de hierbas y materias extrañas. Después se dio cuenta que su mayor enemigo era él mismo, en ocasiones su propio compañero o amiga, y buscó refugio en los dioses para que le protegieran de otros seres humanos. Con ellos llegaron los crucifijos, las medallas y las estatuas representativas de las divinidades, pues estaban seguros que con tan grandiosos seres inmortales nadie se podría atrever. Ilusos.
Amuleto es, pues, cualquier objeto al que se le atribuye el poder de apartar los males, los sortilegios, pestes, enfermedades, desastres o contrarrestar los malos deseos proyectados a través de la mirada de otras personas. También son muy útiles como símbolos o instrumentos de concentración de nuestra propia energía cuando estamos trabajando con un fin específico, por ejemplo, el éxito de un negocio. Igualmente nos acompañan en nuestro proceso de crecimiento, como apoyos y recordatorios de nuestra esencia o nuestro poder animal, aunque, sin embargo, es necesario tener presente que sería un error otorgarles un poder que únicamente nos pertenece a cada uno de nosotros: el poder de crear nuestra propia realidad.
Lo cierto es que desde el principio de los tiempos el ser humano buscó protegerse de los ataques de la naturaleza a la que veía, no solamente como la proveedora de alimento para sí y su especie, sino también como violenta y devastadora de su propio hábitat. Para evitar su ira incontrolada empleó estatuas, ídolos, tótem, dibujos y, especialmente, la quema de hierbas y materias extrañas. Después se dio cuenta que su mayor enemigo era él mismo, en ocasiones su propio compañero o amiga, y buscó refugio en los dioses para que le protegieran de otros seres humanos. Con ellos llegaron los crucifijos, las medallas y las estatuas representativas de las divinidades, pues estaban seguros que con tan grandiosos seres inmortales nadie se podría atrever. Ilusos.