En Ana Rivera, quien lo mismo que el filósofo griego Sócrates no obtuvo una educación formal (apenas cumplió la primaria), encontré una inteligencia prístina y una pureza de primavera en su justa dimensión. Porque no es ingenuidad disimulada y sí fuerza de intelecto. Nunca supo construirse una imagen, ella misma se erigió como mujer y se artilló en la afirmación de su identidad de ser independiente. Por eso tantos le aman y le respetan. Ésa es su verdadera obra.
Cuántos profesores universitarios, doctores de diversos campos del saber, envidiarían un comentario como este de Ana, alguna vez militante penepeísta:
"Vi cómo, al final de cada día, la materia que me habían entregado en la mañana terminaba convertida en un objeto distinto. ¡Mis manos crearon un valor nuevo! Me entregaban al final de la semana un sobrecito manila con sesenta dólares. ¡Nunca había ganado tanto! Hoy sé que ese dinero, que le llaman salario, es solo una fracción del equivalente monetario del valor nuevo creado por mí, mucho menos del uno por ciento. El resto se lo lleva el patrono extranjero, es su ganancia. Se apropia de manera sistemática la riqueza creada por mí y por cientos de miles de otros obreros." ("ANA, auténtica forjadora de valor", página 43).
"Los grandes escritores, los pocos que marcaron cambios, fueron hombres y mujeres buenos. Sonaré religioso y hasta escolástico, pero es así." Son las palabras de Roberto Bolaño, apenas cuatro años antes de su fallecimiento en 2003. Parecería que pensaba en Ana. Parecería que leyó "ANA, auténtica forjadora de valor". Porque Ana es así. Ana es Ana.
ángel m. agosto, editor.
Cuántos profesores universitarios, doctores de diversos campos del saber, envidiarían un comentario como este de Ana, alguna vez militante penepeísta:
"Vi cómo, al final de cada día, la materia que me habían entregado en la mañana terminaba convertida en un objeto distinto. ¡Mis manos crearon un valor nuevo! Me entregaban al final de la semana un sobrecito manila con sesenta dólares. ¡Nunca había ganado tanto! Hoy sé que ese dinero, que le llaman salario, es solo una fracción del equivalente monetario del valor nuevo creado por mí, mucho menos del uno por ciento. El resto se lo lleva el patrono extranjero, es su ganancia. Se apropia de manera sistemática la riqueza creada por mí y por cientos de miles de otros obreros." ("ANA, auténtica forjadora de valor", página 43).
"Los grandes escritores, los pocos que marcaron cambios, fueron hombres y mujeres buenos. Sonaré religioso y hasta escolástico, pero es así." Son las palabras de Roberto Bolaño, apenas cuatro años antes de su fallecimiento en 2003. Parecería que pensaba en Ana. Parecería que leyó "ANA, auténtica forjadora de valor". Porque Ana es así. Ana es Ana.
ángel m. agosto, editor.