“Conocí al gordo Ángel el mismo día en que decidí matar a Salvatori. Aunque quizás fue al revés. ¿Decidí matar a Salvatori cuando conocí al gordo Ángel? No sé, pero voy a tratar de explicarlo.”
Así empieza, en boca de su narrador y protagonista, Ángel Cadorna, esta novela, relato de sucesivas derrotas que pretenden convertirse en una victoria final, “historia berreta de amistad masculina”, apenas velado homenaje a Osvaldo Soriano, con sus sagas de gordos y flacos, y a Donald Westlake, con sus delincuentes torpes y de buen corazón.
Y también, intento melancólico, a veces divertido, de robarle el olvido algunos ambientes, algunos lenguajes, algunas lealtades que se perdieron en las últimas décadas de una Argentina enigmática y redundante.
Así empieza, en boca de su narrador y protagonista, Ángel Cadorna, esta novela, relato de sucesivas derrotas que pretenden convertirse en una victoria final, “historia berreta de amistad masculina”, apenas velado homenaje a Osvaldo Soriano, con sus sagas de gordos y flacos, y a Donald Westlake, con sus delincuentes torpes y de buen corazón.
Y también, intento melancólico, a veces divertido, de robarle el olvido algunos ambientes, algunos lenguajes, algunas lealtades que se perdieron en las últimas décadas de una Argentina enigmática y redundante.