Juan Carrillo, multimillonario español, es asesinado en Panamá. Un sábado sale de cenar de un restaurante de lujo, sube a su limusina, con conductor y dos guardaespaldas armados con subfusiles Uzzi, y no llega a su hotel.
Horas después la Policía de Panamá lo encuentra muerto, desfigurado por soplete en un vertedero de basuras. Un día después se encuentra, en un claro de la selva, el coche, sin ningún rasguño, con el conductor y los dos guardaespaldas muertos por abundantes balas. En el suelo está la cartera de Carrillo, con tres tarjetas platino no usadas por los asesinos, con 425 dólares que es la cantidad total que llevaba en efectivo, y 24 brillantes que a precio de mercado valen unos dos millones de dólares USA.
La Policía de Panamá cierra el caso bajo la tesis de que los asesinos de Carrillo fueron los guardaespaldas, que mataron a Carrillo y al conductor, y que a continuación se mataron uno al otro en un intento de alguno de ellos de quedarse con el total del botín.
El Comisario Suárez es enviado a Panamá a averiguar quién y por qué ha asesinado a Carrillo. No está de acuerdo con la tesis de la Policía de Panamá, pero no tiene más remedio que aceptarla porque allí no tiene jurisdicción. Además el Embajador de España no quiere enfrentamiento con las autoridades de Panamá, y tampoco que se revuelva en la vida de Carrillo, de la que hay dudas sobre si su inmensa fortuna la ha amasado en negocios legales o ilegales, y que como es un gran donante de dinero al partido que sustenta al Gobierno de España, este no quiere que pueda aparecer nada de lo que se sospecha que podría haber estado haciendo durante años el asesinado Carrillo, en los muchos paraísos fiscales que frecuentaba.
El Comisario Suárez tiene que volver a España, y retomar sus trabajos. Pero pronto surge un dato nuevo. El asesinado Carrillo ha dejado una carta para que se la den a su Viuda en caso de muerte, en la que se menciona una sociedad, registrada en Panamá, que es de acciones al portador, y que se supone es la cabecera de una inmensa red de sociedades constituidas en varias docenas de paraísos fiscales, que posiblemente sean las propietarias de un enorme patrimonio.
A partir de ahí la trama se complica. El Comisario Suárez vuelve a Panamá para averiguar dónde están las acciones de esa sociedad. Después viaja a Nueva York a hablar con un amigo del FBI que le pueda dar información sobre los negocios de Carrillo. Y a continuación va a Israel a hablar con un gran comerciante de diamantes para seguir la pista a los que se encontraron en el suelo en la selva.
La novela termina en forma sorprendente. No se puede probar nada, pero finalmente el Comisario Suárez tiene la convicción de saber quién y por qué lo asesinaron.
Horas después la Policía de Panamá lo encuentra muerto, desfigurado por soplete en un vertedero de basuras. Un día después se encuentra, en un claro de la selva, el coche, sin ningún rasguño, con el conductor y los dos guardaespaldas muertos por abundantes balas. En el suelo está la cartera de Carrillo, con tres tarjetas platino no usadas por los asesinos, con 425 dólares que es la cantidad total que llevaba en efectivo, y 24 brillantes que a precio de mercado valen unos dos millones de dólares USA.
La Policía de Panamá cierra el caso bajo la tesis de que los asesinos de Carrillo fueron los guardaespaldas, que mataron a Carrillo y al conductor, y que a continuación se mataron uno al otro en un intento de alguno de ellos de quedarse con el total del botín.
El Comisario Suárez es enviado a Panamá a averiguar quién y por qué ha asesinado a Carrillo. No está de acuerdo con la tesis de la Policía de Panamá, pero no tiene más remedio que aceptarla porque allí no tiene jurisdicción. Además el Embajador de España no quiere enfrentamiento con las autoridades de Panamá, y tampoco que se revuelva en la vida de Carrillo, de la que hay dudas sobre si su inmensa fortuna la ha amasado en negocios legales o ilegales, y que como es un gran donante de dinero al partido que sustenta al Gobierno de España, este no quiere que pueda aparecer nada de lo que se sospecha que podría haber estado haciendo durante años el asesinado Carrillo, en los muchos paraísos fiscales que frecuentaba.
El Comisario Suárez tiene que volver a España, y retomar sus trabajos. Pero pronto surge un dato nuevo. El asesinado Carrillo ha dejado una carta para que se la den a su Viuda en caso de muerte, en la que se menciona una sociedad, registrada en Panamá, que es de acciones al portador, y que se supone es la cabecera de una inmensa red de sociedades constituidas en varias docenas de paraísos fiscales, que posiblemente sean las propietarias de un enorme patrimonio.
A partir de ahí la trama se complica. El Comisario Suárez vuelve a Panamá para averiguar dónde están las acciones de esa sociedad. Después viaja a Nueva York a hablar con un amigo del FBI que le pueda dar información sobre los negocios de Carrillo. Y a continuación va a Israel a hablar con un gran comerciante de diamantes para seguir la pista a los que se encontraron en el suelo en la selva.
La novela termina en forma sorprendente. No se puede probar nada, pero finalmente el Comisario Suárez tiene la convicción de saber quién y por qué lo asesinaron.