Los Autos de Calderón, a menudo mal leídos y poco entendidos en épocas modernas, constituyen uno de los conjuntos dramáticos más importantes del teatro universal.
Calderón escribió este auto para la fiesta del Corpus de 1654. Su panorama textual, complejo como en la mayoría de los autos calderonianos, se resume en una quincena larga de manuscritos de relativo interés textual y un autógrafo, con fecha escrita en la portada por otra mano más tarde, que Calderón preparó, junto con otras copias en limpio, con la intención de continuar la publicación de sus autos después de la Primera parte de 1677. El texto crítico va acompañado de un estudio introductorio en el que se analiza la alegorización de la materia mitológica, atendiendo además a la estructura, la métrica y el estudio textual.
Se dramatiza en esta obra la historia del Minotauro, Teseo, Ariadna y el propio laberinto de Creta. Como ocurre en otros autos calderonianos, el interés de la materia dramatizada se desplaza desde el argumento en sí a la tupida red de simetrías que establece el dramaturgo entre el plano alegórico (las letras divinas) y el plano real (las letras humanas). En ver cómo, y a través de qué procesos, se diviniza la historia mitológica. Calderón emplea varios procedimientos: uno de ellos, de mecanismo sencillo, es el uso de la etimología fingida, cuyo empleo reiterado dice mucho de la técnica alegórica calderoniana.
Calderón escribió este auto para la fiesta del Corpus de 1654. Su panorama textual, complejo como en la mayoría de los autos calderonianos, se resume en una quincena larga de manuscritos de relativo interés textual y un autógrafo, con fecha escrita en la portada por otra mano más tarde, que Calderón preparó, junto con otras copias en limpio, con la intención de continuar la publicación de sus autos después de la Primera parte de 1677. El texto crítico va acompañado de un estudio introductorio en el que se analiza la alegorización de la materia mitológica, atendiendo además a la estructura, la métrica y el estudio textual.
Se dramatiza en esta obra la historia del Minotauro, Teseo, Ariadna y el propio laberinto de Creta. Como ocurre en otros autos calderonianos, el interés de la materia dramatizada se desplaza desde el argumento en sí a la tupida red de simetrías que establece el dramaturgo entre el plano alegórico (las letras divinas) y el plano real (las letras humanas). En ver cómo, y a través de qué procesos, se diviniza la historia mitológica. Calderón emplea varios procedimientos: uno de ellos, de mecanismo sencillo, es el uso de la etimología fingida, cuyo empleo reiterado dice mucho de la técnica alegórica calderoniana.