AWEN
CAPÍTULO I
Soñaba despierta contemplando pasar las nubes, tumbada en la frondosa hierba. El libro de poesía que estaba escribiendo, reposaba encima de una piedra. Sonreí al notar la brisa que acariciaba mi rostro, trayéndome el perfume de las flores y el bosque, con las primeras gotas de rocío.
Me inspiraba en mi próximo poema sobre la belleza de la naturaleza. Aspiré el delicioso aire, empapándome de serenidad y nostalgia. Hacía algún tiempo que mi destino había escapado de mis manos y me dejaba llevar por él.
Ya no era aquella niña despreocupada, que jugaba a ser una princesa rescatada en su torre de marfil, por un caballero armado, matando al dragón y llevándola en su caballo a unas tierras hermosas, donde únicamente reinaba el amor.
Esos cuentos, que un día mi madre tan amorosamente me contaba todas las noches antes de dormir, se han evaporado como el humo de una chimenea. Entonces mi mundo era perfecto, rodeada de personas que me querían y protegían de cualquier percance que me pudiera ocurrir.
Ahora cierro mis ojos y las lágrimas mojan mi rostro. Ya no volveré a ser feliz, como antaño lo fui en mi niñez. Ha desaparecido como por arte de magia, la vida tan dichosa en la que me crié.
Suspiro ante mi desconsuelo. Debo serenarme y regresar a la realidad. Dentro de pocos días empezaré mis enseñanzas en una escuela para señoritas. Ya no estaré sola, pero en el fondo de mi alma sé que no es verdad. Nunca he podido rellenar el vacío que siento tras la pérdida de mis seres queridos.
Estoy preparada para ofrecer a mis discípulas toda mi sapiencia. Me he esmerado mucho en aprender en profundidad, para transmitirlas mis conocimientos. Yo también fui una jovencita interna, que me aplicaba lo máximo porque era lo único a lo que me podía aferrar.
Empiezo a sentir frío. El cielo se ha cubierto de oscuros presagios. Debo regresar a la soledad de la escuela.
Me levanto lentamente, cogiendo mis cuartillas de poesía y las guardo junto con el plumier, en mi bolso de mano. Otro día vendré hasta esta maravillosa pradera, llena de bellas margaritas y amapolas, escuchando el sonido del río y el canto de los pájaros.
Abro mi sombrilla porque empiezan a caer unas cuantas gotas de lluvia y acelero mi paso. Atravieso un puente de piedra, mojándome el bajo de mi largo vestido oscuro y ensuciándome mis botines negros de piel.
Corro lo más aprisa que puedo, porque un aguacero cae encima de mí. El viento arranca de mis manos la sombrilla, rompiéndola las varillas. Mi cabello, se ha soltado de su confinamiento y me golpea la cara como si de latigazos se tratara. Agarro con fuerza mi bolso, para que no se estropeé el tesoro de mis escritos. Es lo único que me consuela. Sin ellos, me sentiría perdida en unas tierras extrañas, sin nadie quien me conozca.
Me queda una empinada pendiente, donde discurre el agua con fuerza. Mis ropas están todas empapadas y me pesan. No veo donde se halla la escuela, la torrencial lluvia me oculta la estructura. Me tropiezo en un profundo charco, cayéndome contra el empedrado.
Mis piernas no me responden para ponerme en pie y en mi soledad, un pensamiento se ha colado en mi mente: Ojalá la muerte me alcance y me lleve al más allá…
Grité, cuando una fuertes manos me levantaron del suelo y me llevaron en brazos, subiendo por el dificultoso y embarrancado camino.
Me abracé al extraño, rodeándole su cuello con mis escasas fuerzas y temblando mi cuerpo por el intenso frío.
CAPÍTULO I
Soñaba despierta contemplando pasar las nubes, tumbada en la frondosa hierba. El libro de poesía que estaba escribiendo, reposaba encima de una piedra. Sonreí al notar la brisa que acariciaba mi rostro, trayéndome el perfume de las flores y el bosque, con las primeras gotas de rocío.
Me inspiraba en mi próximo poema sobre la belleza de la naturaleza. Aspiré el delicioso aire, empapándome de serenidad y nostalgia. Hacía algún tiempo que mi destino había escapado de mis manos y me dejaba llevar por él.
Ya no era aquella niña despreocupada, que jugaba a ser una princesa rescatada en su torre de marfil, por un caballero armado, matando al dragón y llevándola en su caballo a unas tierras hermosas, donde únicamente reinaba el amor.
Esos cuentos, que un día mi madre tan amorosamente me contaba todas las noches antes de dormir, se han evaporado como el humo de una chimenea. Entonces mi mundo era perfecto, rodeada de personas que me querían y protegían de cualquier percance que me pudiera ocurrir.
Ahora cierro mis ojos y las lágrimas mojan mi rostro. Ya no volveré a ser feliz, como antaño lo fui en mi niñez. Ha desaparecido como por arte de magia, la vida tan dichosa en la que me crié.
Suspiro ante mi desconsuelo. Debo serenarme y regresar a la realidad. Dentro de pocos días empezaré mis enseñanzas en una escuela para señoritas. Ya no estaré sola, pero en el fondo de mi alma sé que no es verdad. Nunca he podido rellenar el vacío que siento tras la pérdida de mis seres queridos.
Estoy preparada para ofrecer a mis discípulas toda mi sapiencia. Me he esmerado mucho en aprender en profundidad, para transmitirlas mis conocimientos. Yo también fui una jovencita interna, que me aplicaba lo máximo porque era lo único a lo que me podía aferrar.
Empiezo a sentir frío. El cielo se ha cubierto de oscuros presagios. Debo regresar a la soledad de la escuela.
Me levanto lentamente, cogiendo mis cuartillas de poesía y las guardo junto con el plumier, en mi bolso de mano. Otro día vendré hasta esta maravillosa pradera, llena de bellas margaritas y amapolas, escuchando el sonido del río y el canto de los pájaros.
Abro mi sombrilla porque empiezan a caer unas cuantas gotas de lluvia y acelero mi paso. Atravieso un puente de piedra, mojándome el bajo de mi largo vestido oscuro y ensuciándome mis botines negros de piel.
Corro lo más aprisa que puedo, porque un aguacero cae encima de mí. El viento arranca de mis manos la sombrilla, rompiéndola las varillas. Mi cabello, se ha soltado de su confinamiento y me golpea la cara como si de latigazos se tratara. Agarro con fuerza mi bolso, para que no se estropeé el tesoro de mis escritos. Es lo único que me consuela. Sin ellos, me sentiría perdida en unas tierras extrañas, sin nadie quien me conozca.
Me queda una empinada pendiente, donde discurre el agua con fuerza. Mis ropas están todas empapadas y me pesan. No veo donde se halla la escuela, la torrencial lluvia me oculta la estructura. Me tropiezo en un profundo charco, cayéndome contra el empedrado.
Mis piernas no me responden para ponerme en pie y en mi soledad, un pensamiento se ha colado en mi mente: Ojalá la muerte me alcance y me lleve al más allá…
Grité, cuando una fuertes manos me levantaron del suelo y me llevaron en brazos, subiendo por el dificultoso y embarrancado camino.
Me abracé al extraño, rodeándole su cuello con mis escasas fuerzas y temblando mi cuerpo por el intenso frío.