Este trabajo busca pensar la forma en que, desde distintos discursos, se ha hablado de la ciudad latinoamericana; más aún, busca las metáforas que sustentan dichos discursos. En este orden de ideas se hace necesaria una primera constatación: no se puede hablar de la ciudad latinoamericana al margen del pensamiento occidental.
En distintas ocasiones se han buscado singularidades que a guisa de rasgos identitarios apunten a algo esencial o al menos propio, distinto y único de nuestras urbes. Sin duda, negar las particularidades sería una ligereza, pero ello no implica la existencia de rasgos esenciales o sustantivos de las mismas; la singularidad, lo distinto que en ellas se ha producido, no es tanto porque una característica primigenia las habite cuanto por los avatares históricos que no se pueden sustraer a la inserción —y en el caso concreto de América, de norte a sur—, a la creación de un espacio
en virtud de unas relaciones políticas, económicas y sociales.
A modo de ejemplo, y quizá más que ello, de elemento probatorio, si la lectura que de Vitruvio se hizo en el Renacimiento es clave para entender los intentos de construcción de los espacios urbanos durante el largo periodo colonial de América Latina (y ello lo ampliaremos en la sección introductoria), ello señala que hay una serie de poderes que acompañados de una visión del mundo, y amparados en intereses políticos, sociales y económicos, desbrozaron el camino de la ciudad latinoamericana; en este caso, el poder luso y el hispano determinaron la forma del asentamiento,
el privilegio de la construcción ortogonal y, sobre todo, se ampararon en una visión que se ajustaba a la habitual consideración de lo urbano como esfera.
En distintas ocasiones se han buscado singularidades que a guisa de rasgos identitarios apunten a algo esencial o al menos propio, distinto y único de nuestras urbes. Sin duda, negar las particularidades sería una ligereza, pero ello no implica la existencia de rasgos esenciales o sustantivos de las mismas; la singularidad, lo distinto que en ellas se ha producido, no es tanto porque una característica primigenia las habite cuanto por los avatares históricos que no se pueden sustraer a la inserción —y en el caso concreto de América, de norte a sur—, a la creación de un espacio
en virtud de unas relaciones políticas, económicas y sociales.
A modo de ejemplo, y quizá más que ello, de elemento probatorio, si la lectura que de Vitruvio se hizo en el Renacimiento es clave para entender los intentos de construcción de los espacios urbanos durante el largo periodo colonial de América Latina (y ello lo ampliaremos en la sección introductoria), ello señala que hay una serie de poderes que acompañados de una visión del mundo, y amparados en intereses políticos, sociales y económicos, desbrozaron el camino de la ciudad latinoamericana; en este caso, el poder luso y el hispano determinaron la forma del asentamiento,
el privilegio de la construcción ortogonal y, sobre todo, se ampararon en una visión que se ajustaba a la habitual consideración de lo urbano como esfera.