Durante los casi cuarenta años en los que España vive en democracia, pocos sectores económicos han registrado mutaciones tan profundas –y en ocasiones, tan traumáticas- como el mercado financiero y, más específicamente, el sector crediticio.
Este largo proceso no ha sido rectilíneo; todo lo contrario, ha estado jalonado por profundas crisis de una variada casuística, origen de una catarsis que ha conducido a la selección y consolidación de los mejores.
Superada la última crisis (2007), la más profunda registrada en el mundo capitalista después de 1929, la banca española se enfrenta a grandes desafíos (imagen, rentabilidad, pujanza de la tecnología digital, regulaciones sobre capital, entre otros) a los que deberá hacer frente con profundos cambios estructurales, capacidad de gestión e ingenio para transformarse en un sector eficiente, asegurándose una rentabilidad sostenible, imprescindible para seguir jugando el importante papel que, a lo largo de los años, ha desempeñado en la economía del país.
Este largo proceso no ha sido rectilíneo; todo lo contrario, ha estado jalonado por profundas crisis de una variada casuística, origen de una catarsis que ha conducido a la selección y consolidación de los mejores.
Superada la última crisis (2007), la más profunda registrada en el mundo capitalista después de 1929, la banca española se enfrenta a grandes desafíos (imagen, rentabilidad, pujanza de la tecnología digital, regulaciones sobre capital, entre otros) a los que deberá hacer frente con profundos cambios estructurales, capacidad de gestión e ingenio para transformarse en un sector eficiente, asegurándose una rentabilidad sostenible, imprescindible para seguir jugando el importante papel que, a lo largo de los años, ha desempeñado en la economía del país.