Bengala es una novela del escritor Israel Centeno.En palabras de Roberto Echeto:
Entre los mil y un personajes y las mil y un historias que conforman el panal de abejas que es Bengala, hay un cadáver que cruza toda la novela: el de Laura, una chica a quien la piedra se la fumaba a ella y no al revés, y que termina sus días de la manera más horrible que podamos imaginarnos. Ese cuerpo abierto y vaciado, esa memoria de lo que fue Laurita, flota en la memoria de los personajes entre trago y trago, entre raya y raya, entre idas y venidas a la noche artificial de un bar que tiene nombre de tigre y de luz. Sin embargo, el que haya un cadáver en esta novela, el que Daniel, Cato, Jiménez, Requena, Fufa, La Caribe, Gregory, Nigeria, Eddie y los demás miembros de esta peña periquera, busquen al Jack el Destripador caraqueño que asesinó a Laura, la «felatriz estrella», no convierten a Bengala en una novela policial, y esto porque no hay investigación, porque el arroyo inmundo de la vida galante siempre arrastra a estos personajes hacia la trivialidad, hacia la conversación fugaz que diluye toda acción, hacia la nada, hacia la satisfacción reiterativa de las adicciones básicas, entre las que se cuenta, por supuesto, la propia vida.
Entre los mil y un personajes y las mil y un historias que conforman el panal de abejas que es Bengala, hay un cadáver que cruza toda la novela: el de Laura, una chica a quien la piedra se la fumaba a ella y no al revés, y que termina sus días de la manera más horrible que podamos imaginarnos. Ese cuerpo abierto y vaciado, esa memoria de lo que fue Laurita, flota en la memoria de los personajes entre trago y trago, entre raya y raya, entre idas y venidas a la noche artificial de un bar que tiene nombre de tigre y de luz. Sin embargo, el que haya un cadáver en esta novela, el que Daniel, Cato, Jiménez, Requena, Fufa, La Caribe, Gregory, Nigeria, Eddie y los demás miembros de esta peña periquera, busquen al Jack el Destripador caraqueño que asesinó a Laura, la «felatriz estrella», no convierten a Bengala en una novela policial, y esto porque no hay investigación, porque el arroyo inmundo de la vida galante siempre arrastra a estos personajes hacia la trivialidad, hacia la conversación fugaz que diluye toda acción, hacia la nada, hacia la satisfacción reiterativa de las adicciones básicas, entre las que se cuenta, por supuesto, la propia vida.