En el ejercicio de la medicina, el conocimiento que se adquiere en la facultad de medicina, la aplicación del mismo y la relación con la persona que acude con el médico cuando cursa con un problema de salud, es de fundamental importancia, pero más cuando el paciente es un niño, ya que la información que se obtiene generalmente proviene de terceras personas. El quehacer profesional del médico pediatra debe ser por vocación y hacerse realidad a través del acto médico y debe de realizarse también a través de la bioética personalista, en donde se reconoce la dignidad de la persona humana desde el momento mismo de la concepción y la atención que se proporciona deberá ser satisfactoria y honesta como muestra de respeto a la confianza que se nos brinda a los médicos por las personas que solicitan nuestros servicios. La atención al paciente debe de realizarse “bien”, entendiendo como “bien” todo aquello que inspire y permita el desarrollo, el crecimiento total, pleno del hombre en todas sus dimensiones, orgánicas o corporales, espirituales, mentales, sociales, incluyendo la trascendente a un absoluto absolutamente absoluto. La bioética es el estudio sistemático de la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que esta conducta es examinada a la luz de los valores y principios morales. En esta definición se toma en cuenta la vida, la salud, los valores y principios morales, por lo que desde nuestro punto de vista reúne los elementos necesarios de la bioética como disciplina. Sin embargo, la bioética es multidisciplinaria, ya que suele haber intereses; médicos, filosóficos, educativos, jurídicos, psicológicos y sociales en donde cada una de estas disciplinas no se pueden valorar en una forma aislada y obligan a hacer una reflexión que deberá estar encaminada siempre hacia el respeto de la vida y de la persona desde el momento mismo de la concepción. La razón de ser médico tiene que ver con el cumplimiento de los deberes profesionales hacia nuestros pacientes, así como el mantenernos fieles a los ideales de nuestra vocación, pero también rechazar todo lo que se interponga en la búsqueda de lo que puede ser lo más conveniente para el paciente o como también suele mencionarse “la búsqueda en lo que sea del mejor interés para el paciente”, sobre todo en la atención a niños ya que en la gran mayoría de las ocasiones no son ellos los que deciden la aceptación o el rechazo de una propuesta de tratamiento ante un problema de salud. Asimismo, las decisiones que toman los padres o los tutores legales pudieran no ser lo más conveniente para el niño.
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