He aquí uno de los ejemplos supremos de la forma en que un pueblo puede llegar a despreciarse a sí mismo, forma que ha hecho fortuna y se ha extendido por todas partes bajo el sombrío nombre de "leyenda negra". Con este pequeño libro del P. Las Casas, celoso defensor de los indios a la vez que de la esclavitud de los negros, solo pueden competir en el siglo XVI las "Relaciones" y las "Cartas" de Antonio Pérez, escritas en venganza de su antiguo señor, Felipe II, y en beneficio de los enemigos de éste. Se diferencian ambos autores en que la voluntad del dominico fue buena, aunque fue mala la fortuna que siguieron las páginas que escribió.
El caso es que esta obra, junto con otras que se han sucedido desde aquellas primeras fechas del XVI, han sido el punto de partida de una fantástica leyenda sobre la colonización de los españoles en tierras del Nuevo Mundo. En ella se muestran aquellos colonizadores como monstruos ávidos de riquezas y destructores de civilizaciones. Cada uno de ellos habría debido matar a diez o doce indios cada día y algunos más los domingos y festivos si fuera cierto lo que aquí dice el P. Las Casas. Ni siquiera él pensaría que tan corta obra pudiera hacer tan largo daño. Poco honor hace a lo que Washington Irving celebró como obra que por sí sola basta para situar a la nación española en los entre las que más renombre merecen: las Leyes de Indias, que, dice, deben celebrarse sin reservas por su humanidad, su sabiduría y su justicia, no habiéndose de tener por desdoro de las mismas el hecho de que algunos, que además debían ser ejecutores de las mismas, las incumplieran y cometieran abusos y atrocidades, sin que ello sea motivo para extender el oprobio a toda la obra que entonces se llevó a cabo.
El caso es que esta obra, junto con otras que se han sucedido desde aquellas primeras fechas del XVI, han sido el punto de partida de una fantástica leyenda sobre la colonización de los españoles en tierras del Nuevo Mundo. En ella se muestran aquellos colonizadores como monstruos ávidos de riquezas y destructores de civilizaciones. Cada uno de ellos habría debido matar a diez o doce indios cada día y algunos más los domingos y festivos si fuera cierto lo que aquí dice el P. Las Casas. Ni siquiera él pensaría que tan corta obra pudiera hacer tan largo daño. Poco honor hace a lo que Washington Irving celebró como obra que por sí sola basta para situar a la nación española en los entre las que más renombre merecen: las Leyes de Indias, que, dice, deben celebrarse sin reservas por su humanidad, su sabiduría y su justicia, no habiéndose de tener por desdoro de las mismas el hecho de que algunos, que además debían ser ejecutores de las mismas, las incumplieran y cometieran abusos y atrocidades, sin que ello sea motivo para extender el oprobio a toda la obra que entonces se llevó a cabo.