La soberbia de muchos profesionales de la medicina química les ha llevado al tremendo error de creer que si ellos no son capaces de curar a sus enfermos, nadie más lo podrá hacer, y ese pen-samiento lo transmiten a sus disciplinados y crédulos pacientes quienes, cuando deciden acudir a un experto en medicina natural, lo hacen a escondidas, como quien sabe que está realizando algo incorrecto que ofenderá a su dueño y señor.
Indignante es igualmente la posición de una gran parte de los representantes de la medicina química, arropados y protegidos por leyes elaboradas por ellos mismos, cuando ridiculizan y menosprecian la ingente y eficaz labor ejercida por los miles de profesionales de las medicinas alternativas. En ellos está la solución para la mayoría de las enfermedades que aquejan a los seres humanos, pero confusos por falta de buenos profesores, y desperdigados sin posibilidad de lograr una unión que les dé fuerza ante la ley, asisten entristecidos a la prepotente difusión de la medicina química.
Cual si fuera una inquisición de nuevo cuño, con sus obispos científicos controlando la sanidad mundial, los químicos han conseguido que los médicos naturistas no dispongan de ninguna libertad para curar a los enfermos que voluntariamente acuden a sus consultas. Tal es el inmenso lavado de cerebro que han con-seguido provocar en la población que hasta los legisladores les protegen, del mismo modo que la inquisición eclesiástica protegió hace años a quienes profesaban la religión cristiana. Fuera de ellos estaban las otras religiones, todas perseguidas, humilladas y hasta reos de cárcel u hoguera, pues el castigo debía ser inmen-so para quienes renegaban de esa única religión. Comparen la situación actual de las medicinas alternativas y encontrarán un paralelismo asombroso.
Y es que no solamente la medicina natural ha sido condenada al ostracismo, sino que quienes deciden ponerse en manos de estos profesionales son tachados con frecuencia de ilusos, estúpidos e ignorantes, resultando un ejercicio de intenso valor con-fesar que se es creyente en las medicinas alternativas. Hasta tal punto es así, que cuando una persona aquejada de cáncer terminal acude a un naturópata, siempre tiene a su lado una serie de personas que le dirán que “solamente quieren sacarle el dinero”, como si los médicos químicos le hubiesen intentado curar gratis. En consecuencia, el enfermo ha perdido la libertad de escoger con quién y cómo quiere curarse, algo imposible de admitir en las sociedades libres.
Afortunadamente, hay ya tal cantidad de libros divulgativos sobre las posibilidades curativas de la medicina natural, que quien quiera conocernos no tiene problemas, aunque todavía hay editoriales que obligan a su autor a poner esa frase de, “Consulte a su médico”, refiriéndose, faltaría más, a un médico químico. Este no es mi caso.
Indignante es igualmente la posición de una gran parte de los representantes de la medicina química, arropados y protegidos por leyes elaboradas por ellos mismos, cuando ridiculizan y menosprecian la ingente y eficaz labor ejercida por los miles de profesionales de las medicinas alternativas. En ellos está la solución para la mayoría de las enfermedades que aquejan a los seres humanos, pero confusos por falta de buenos profesores, y desperdigados sin posibilidad de lograr una unión que les dé fuerza ante la ley, asisten entristecidos a la prepotente difusión de la medicina química.
Cual si fuera una inquisición de nuevo cuño, con sus obispos científicos controlando la sanidad mundial, los químicos han conseguido que los médicos naturistas no dispongan de ninguna libertad para curar a los enfermos que voluntariamente acuden a sus consultas. Tal es el inmenso lavado de cerebro que han con-seguido provocar en la población que hasta los legisladores les protegen, del mismo modo que la inquisición eclesiástica protegió hace años a quienes profesaban la religión cristiana. Fuera de ellos estaban las otras religiones, todas perseguidas, humilladas y hasta reos de cárcel u hoguera, pues el castigo debía ser inmen-so para quienes renegaban de esa única religión. Comparen la situación actual de las medicinas alternativas y encontrarán un paralelismo asombroso.
Y es que no solamente la medicina natural ha sido condenada al ostracismo, sino que quienes deciden ponerse en manos de estos profesionales son tachados con frecuencia de ilusos, estúpidos e ignorantes, resultando un ejercicio de intenso valor con-fesar que se es creyente en las medicinas alternativas. Hasta tal punto es así, que cuando una persona aquejada de cáncer terminal acude a un naturópata, siempre tiene a su lado una serie de personas que le dirán que “solamente quieren sacarle el dinero”, como si los médicos químicos le hubiesen intentado curar gratis. En consecuencia, el enfermo ha perdido la libertad de escoger con quién y cómo quiere curarse, algo imposible de admitir en las sociedades libres.
Afortunadamente, hay ya tal cantidad de libros divulgativos sobre las posibilidades curativas de la medicina natural, que quien quiera conocernos no tiene problemas, aunque todavía hay editoriales que obligan a su autor a poner esa frase de, “Consulte a su médico”, refiriéndose, faltaría más, a un médico químico. Este no es mi caso.