Las cartas a Ático son uno de los mayores legados de la literatura latina: un relato, en tiempos de una extraordinaria agitación política, de una personalidad excepcional que se hallaba en el centro de todo.
Frente a la solemnidad y gravedad de sus tratados y discursos, la producción epistolar de Cicerón (106-43 a.C.) ha recibido una consideración menor. Sin embargo, el conjunto de cartas (más de ochocientas) que envió y recibió (de estas segundas se han conservado casi un centenar, de autores y estilos muy distintos) entre los años 68 y 43 a.C. puede ser la parte de su legado que el lector contemporáneo sienta más próxima, debido a su viveza y frescura y por el hecho de constituir una fuente excepcional para conocer una de las épocas más apasionantes de la historia de Roma, el fin del periodo republicano, puesto que participó intensamente en la política de este tiempo y mantuvo correspondencia con miembros de diferentes opciones políticas.
Por añadidura, Cicerón se nos muestra más íntimamente que cualquier otro personaje del mundo antiguo, pues en las cartas consigna su carácter y sus acciones.
Tito Pomponio Ático (110-32 a.C.) fue un amigo íntimo de Cicerón, con quien se conocieron en la juventud, cuando estudiaron juntos, y mantuvieron una relación sincera hasta la muerte del escritor. Nacido en Roma, abandonó la capital para establecerse en Atenas, donde residió muchos años (su cognomen remite a la célebre zona helena). Se abstuvo de alinearse activamente en cualquier facción del agitado periodo político romano, aunque ayudó en lo personal a miembros de ambos bandos, y llevó una vida moderada según los preceptos del epicureísmo. Llegó a acumular una gran riqueza y adquirió varias propiedades en el Epiro. Disponía de muchos esclavos que copiaban manuscritos, y que contribuyeron a la difusión de los escritos de Cicerón. Fue amigo de Augusto, y quedó emparentado por línea directa con la familia imperial. Protegió a Terencia, esposa de Cicerón, cuando éste partió al exilio, y su hermana Pomponia se casó con Quinto, hermano de éste y también receptor habitual de sus misivas.
La colección de cartas a Ático empieza en el año 68. Cicerón se dirigió con frecuencia a él, con afecto y a menudo en busca de consejo en materias diversas, pues Ático poesía una cultura muy amplia: juntos tratan cuestiones de política, literarias, sociales, pero también íntimas. Esta gran colección es de una enorme espontaneidad; Ático la conservó como un preciado tesoro, y aunque Cicerón no pretendía dar a conocer esta correspondencia privada (en la que abundan las efusiones personales y las indiscreciones), acabó publicándose, al parecer en el reinado de Nerón. Cornelio Nepote, que pudo consultarla antes, comprendió que quien la leyera tendría una historia prácticamente continua de aquellos tiempos.