Sería muy difícil imaginar un mundo sobrenatural y un con-cepto religioso más unidos durante el siglo XX que el vampiris-mo. Tanto es así, que cuando queremos alterar las creencias espirituales, el vampirismo sigue siendo el sistema más sencillo y físico, pues posee la menor espiritualidad de todas las manifestaciones sobrenaturales. Estas criaturas, salidas del mismo lugar que Satanás, insisten en el triunfo del sexo por encima de la muerte, de la carne encima del espíritu, y de lo corpóreo antes de lo invisible. Niegan casi todo, salvo la satisfacción de los sen-tidos por medios físicos, convirtiéndose su culto en la más mate-rialista de todas las posibles supersticiones y religiones.
Y precisamente es esta palpable atracción lo que ha hecho al vampiro un lucrativo negocio para los directores de cine. Similares, pero moviéndose en mundos diferentes, los fantas-mas, hombre-lobos, poltergeists y la mayoría de las otras apariciones sobrenaturales, pueden ocasionar desprecio e indiferencia entre los espectadores, dejando las butacas vacías. Estos engendros son tan poco humanos en su apariencia que es fácil no sentir temor ante las imágenes pues, a fin de cuentas, cuando salgamos del cine nunca se nos aparecerán entre las tinieblas. Sin embargo, el vampiro aparece también como una realidad en la literatura e incluso en la historia, lo que le hace más tenebro-so si pensamos que las leyendas, en este caso, son casi realidad. Eso, y el deseo inaccesible de los vulgares humanos de ser inmortales e invulnerables, así como la necesidad de aterrorizar solamente con nuestra presencia, ha ocasionado que la atracción por los vampiros sea tan intensa.
El cine los ha mostrado siempre invulnerables a las balas (nunca a las estacas), rápidos, depredadores infalibles, sedientos de sangre y placer, al mismo tiempo que se nos aparecen justo cuando más desvalidos estamos, en la penumbra de la noche o en medio de nuestros profundos sueños. Por eso no es extraño que los vampiros formen parte indisoluble de todos nuestros temores, incluso cuando estamos despiertos. Dotados de la facultad de hacer inmortales a todos sus súbditos, y seductores irresistibles con el sexo opuesto, poseen un carisma que ha traspasado las fronteras de la leyenda y fantasía, pudiéndose emparentar sin problemas con la atracción que ejerce el diablo sobre los humanos.
Y precisamente es esta palpable atracción lo que ha hecho al vampiro un lucrativo negocio para los directores de cine. Similares, pero moviéndose en mundos diferentes, los fantas-mas, hombre-lobos, poltergeists y la mayoría de las otras apariciones sobrenaturales, pueden ocasionar desprecio e indiferencia entre los espectadores, dejando las butacas vacías. Estos engendros son tan poco humanos en su apariencia que es fácil no sentir temor ante las imágenes pues, a fin de cuentas, cuando salgamos del cine nunca se nos aparecerán entre las tinieblas. Sin embargo, el vampiro aparece también como una realidad en la literatura e incluso en la historia, lo que le hace más tenebro-so si pensamos que las leyendas, en este caso, son casi realidad. Eso, y el deseo inaccesible de los vulgares humanos de ser inmortales e invulnerables, así como la necesidad de aterrorizar solamente con nuestra presencia, ha ocasionado que la atracción por los vampiros sea tan intensa.
El cine los ha mostrado siempre invulnerables a las balas (nunca a las estacas), rápidos, depredadores infalibles, sedientos de sangre y placer, al mismo tiempo que se nos aparecen justo cuando más desvalidos estamos, en la penumbra de la noche o en medio de nuestros profundos sueños. Por eso no es extraño que los vampiros formen parte indisoluble de todos nuestros temores, incluso cuando estamos despiertos. Dotados de la facultad de hacer inmortales a todos sus súbditos, y seductores irresistibles con el sexo opuesto, poseen un carisma que ha traspasado las fronteras de la leyenda y fantasía, pudiéndose emparentar sin problemas con la atracción que ejerce el diablo sobre los humanos.