“Comiéndose a los caníbales” es el primer libro de Todos mis padres, saga que relata los amores de la esclava fugitiva Akukéiohn (que en shelknum significa “temerosa de caminar sobre los troncos caídos”) y el aventurero adolescente Rómulo Vilches. Akukéiohn y Rómulo son dos parias que intentan hacer una familia y criar un hijo en medio de la fiebre del oro de Tierra del Fuego, allá por 1886, en la Argentina.
Esta fiebre coincidió en el tiempo con la desencadenada en la otra punta de las Américas, en el Yukón, Alaska. Ambas contribuyeron al exterminio de la población aborigen, sólo que el gold rush fueguino no tuvo un Jack London que lo retratara y dejó un único ganador neto: el ingeniero rumano Julio Popper, políglota, masón, escritor y aventurero.
Todos mis padres, como Las mil y una noches y Sobre héroes y tumbas, es una novela repleta de otras novelas, algunas casi independientes. Los devenires de Akukéiohn, RómuloVilches y su hijo (y de todos los padres de ese hijo) desaparecen y reaparecen en la proliferación de historias de predicadores, guerreros, gauchos, oligarcas, revolucionarios, chamanes, hampones y médicos. La saga exige un lector que se someta a perderse en el laberinto, llevado a tumbos de la mano de un narrador experto, a cambio de la promesa de un final donde todas las piezas se reencuentren con una precisión de relojería.
Esa esperanza, asombrosamente, se cumple.
Lector, bienvenido a una maquinaria narrativa como ya no se hacen.
Esta fiebre coincidió en el tiempo con la desencadenada en la otra punta de las Américas, en el Yukón, Alaska. Ambas contribuyeron al exterminio de la población aborigen, sólo que el gold rush fueguino no tuvo un Jack London que lo retratara y dejó un único ganador neto: el ingeniero rumano Julio Popper, políglota, masón, escritor y aventurero.
Todos mis padres, como Las mil y una noches y Sobre héroes y tumbas, es una novela repleta de otras novelas, algunas casi independientes. Los devenires de Akukéiohn, RómuloVilches y su hijo (y de todos los padres de ese hijo) desaparecen y reaparecen en la proliferación de historias de predicadores, guerreros, gauchos, oligarcas, revolucionarios, chamanes, hampones y médicos. La saga exige un lector que se someta a perderse en el laberinto, llevado a tumbos de la mano de un narrador experto, a cambio de la promesa de un final donde todas las piezas se reencuentren con una precisión de relojería.
Esa esperanza, asombrosamente, se cumple.
Lector, bienvenido a una maquinaria narrativa como ya no se hacen.