En el siglo XVII, el amor en Francia es un gran señor empenachado, engalanado magníficamente, que se adentra en los salones seguido por una música grave. Obedece a un ceremonial muy complicado y no osa dar un paso sin haberlo previsto. Por lo demás, permanece noble, con una juiciosa ternura y una proba felicidad.
En el siglo XVIII, el amor es un granuja desalmado. Ama como ríe, por el placer de amar y de reír, almuerza con una rubia, cena con una morena, trata a las mujeres como diosas buenas cuyas manos abiertas distribuyen el placer a todos sus devotos. Un aire de voluptuosidad sopla toda la sociedad, conduce la ronda de las pastoras y de las ninfas, de los escotados pechos estremecidos bajo los encajes: época adorable en donde la carne fue reina; gran regocijo cuyo soplo lejano nos llega tibio aún con el olor de las cabelleras desenlazadas.
En el siglo XIX, el amor es un joven educado, correcto como notario, que cobra rentas al estado. Se mueve por el mundo, o vende algún objeto en una boutique. Se dedica a la política y los negocios le toman todo el día, de nueve de la mañana a seis de la tarde. En lo que respecta a sus noches, se las dedica al vicio práctico, a una amante que él paga o a una mujer legítima que le paga.
De esta manera, el amor heroico del siglo xvii, el amor sensual del siglo XVIII, se convirtió en el amor positivo que se frangolla, como un mercado en la bolsa.
En el siglo XVIII, el amor es un granuja desalmado. Ama como ríe, por el placer de amar y de reír, almuerza con una rubia, cena con una morena, trata a las mujeres como diosas buenas cuyas manos abiertas distribuyen el placer a todos sus devotos. Un aire de voluptuosidad sopla toda la sociedad, conduce la ronda de las pastoras y de las ninfas, de los escotados pechos estremecidos bajo los encajes: época adorable en donde la carne fue reina; gran regocijo cuyo soplo lejano nos llega tibio aún con el olor de las cabelleras desenlazadas.
En el siglo XIX, el amor es un joven educado, correcto como notario, que cobra rentas al estado. Se mueve por el mundo, o vende algún objeto en una boutique. Se dedica a la política y los negocios le toman todo el día, de nueve de la mañana a seis de la tarde. En lo que respecta a sus noches, se las dedica al vicio práctico, a una amante que él paga o a una mujer legítima que le paga.
De esta manera, el amor heroico del siglo xvii, el amor sensual del siglo XVIII, se convirtió en el amor positivo que se frangolla, como un mercado en la bolsa.