Más desvalidos que los niños, mucho más enfermos que la mayoría de la población, y menos protegidos socialmente por los organismos estatales, los ancianos, ese grupo al que eufemísticamente llamamos “tercera edad”, no acaba de lograr los privilegios que le debería corresponder. Hay Institutos de la Mujer, Departamentos del Defensor del Menor, Ayuda al Inmigrante, Rehabilitación de Presos y Drogadictos, y hasta Defensores de los Animales, pero si buscan un organismo bien organizado y difundido para proteger los innegables derechos de los Ancianos, solamente se encontrará con buenas intenciones y algo que se denomina Dirección General del Mayor. En España hay también el Imserso, una iniciativa para el jolgorio organizado, que sirve básicamente para que las agencias de turismo tengan trabajo en temporadas bajas, llevando a sus clientes en grupo y sometiéndoles con frecuencia a una nueva forma de degradación colectiva. También hay los Centros de Día para los Mayores, nuevamente lugares de ocio, en donde se pretende que jueguen organizadamente a las cartas o al parchís, alternando con el baile de salón. No busquen ningún lugar en donde les hablen de psicología, metafísica, religión, sociología o filosofía, pues parece ser que llevarles a un nuevo estado de la existencia, en donde el intelecto adquiera la verdadera dimensión que nos corresponde como humanos, no entra en los planes de ningún gobierno. Claro, que para eso haría falta darse cuenta que la verdadera felicidad en aquellos para los cuales el futuro es ya una utopía no consiste en tratarles como niños estúpidos, sino en darles la categoría que su gran experiencia les ha proporcionado.
Por supuesto, la atención al Mayor incluye la Asistencia Social en domicilio, y las Residencias Geriátricas, lugares al que ningún adulto acudiría voluntariamente…salvo que no le quede más remedio por el abandono al que sus familiares le han sumido. Mientras que los padres divorciados pelean intensamente por la custodia de los hijos (básicamente por las prebendas económicas que se logran), nadie peleará por quedarse al cargo del anciano padre; más bien al contrario, y las disputas vendrán por parte de quien dedica más horas que el resto. Y eso que la mayoría de las veces hay una herencia prevista, fruto del trabajo de ese anciano durante toda su vida, ya que cuando no existe la desbandada es general. Hay familias que han puesto la calculadora a funcionar muchos años antes del fallecimiento de ese anciano, impidiendo que el futuro moribundo utilice sus bienes en compras o regalos personales, en caprichos aparentemente estúpidos, pero de cualquier modo perteneciente al deseo de su propietario. Los ancianos, enternecidos por los besos que sus familiares les otorgan en sus escuetas visitas semanales, se vuelven cada día más avaros, por supuesto con ellos mismos, recordándoles reiteradamente a sus hijos que cuando se mueran les dejarán todos sus bienes. “Venga, papá, no pienses en ello. Nosotros te queremos aunque no nos dejes nada en herencia” ¿Hay un comentario más hipócrita que este? Repasen las veces en las cuales el difunto ha legado todos sus bienes a una institución benéfica, a una solícita cuidadora, o a una amante que le proporcionó amor y sexo hasta el fin de sus días, y sabrán de qué les hablo. Las maldiciones hacia el fallecido llegan entonces hasta más allá del gabinete del gestor de la herencia, acusando al difunto de no haberles tenido en cuenta, regalando los bienes a quienes nada han hecho por él en vida. A partir de entonces, ni flores le pondrán en su tumba, cambiándolas por escupitajos.
Por supuesto, la atención al Mayor incluye la Asistencia Social en domicilio, y las Residencias Geriátricas, lugares al que ningún adulto acudiría voluntariamente…salvo que no le quede más remedio por el abandono al que sus familiares le han sumido. Mientras que los padres divorciados pelean intensamente por la custodia de los hijos (básicamente por las prebendas económicas que se logran), nadie peleará por quedarse al cargo del anciano padre; más bien al contrario, y las disputas vendrán por parte de quien dedica más horas que el resto. Y eso que la mayoría de las veces hay una herencia prevista, fruto del trabajo de ese anciano durante toda su vida, ya que cuando no existe la desbandada es general. Hay familias que han puesto la calculadora a funcionar muchos años antes del fallecimiento de ese anciano, impidiendo que el futuro moribundo utilice sus bienes en compras o regalos personales, en caprichos aparentemente estúpidos, pero de cualquier modo perteneciente al deseo de su propietario. Los ancianos, enternecidos por los besos que sus familiares les otorgan en sus escuetas visitas semanales, se vuelven cada día más avaros, por supuesto con ellos mismos, recordándoles reiteradamente a sus hijos que cuando se mueran les dejarán todos sus bienes. “Venga, papá, no pienses en ello. Nosotros te queremos aunque no nos dejes nada en herencia” ¿Hay un comentario más hipócrita que este? Repasen las veces en las cuales el difunto ha legado todos sus bienes a una institución benéfica, a una solícita cuidadora, o a una amante que le proporcionó amor y sexo hasta el fin de sus días, y sabrán de qué les hablo. Las maldiciones hacia el fallecido llegan entonces hasta más allá del gabinete del gestor de la herencia, acusando al difunto de no haberles tenido en cuenta, regalando los bienes a quienes nada han hecho por él en vida. A partir de entonces, ni flores le pondrán en su tumba, cambiándolas por escupitajos.