En las últimas semanas, y de forma excepcional, el exceso de trabajo hizo que Lorena siguiese en su despacho pasadas las dos de la tarde.
Uno de los días, el tintineo metálico de lo que le pareció una campana, seguido de otro semejante al de una cremallera, la desconcertaron haciéndola saber que no estaba totalmente sola.
Se descalzó y subió sobre el escritorio. De puntillas y con paciencia dio un giro de 360º observando detallada e infructuosamente cada habitáculo. Lo curioso era que el suave tintineo se repetía tan incesante como desubicado. No había dudas de que alguien más ocupaba frente al ordenador su silla de trabajo, la cuestión era saber dónde se encontraba y lo que estaba haciendo a escodidas.
Uno de los días, el tintineo metálico de lo que le pareció una campana, seguido de otro semejante al de una cremallera, la desconcertaron haciéndola saber que no estaba totalmente sola.
Se descalzó y subió sobre el escritorio. De puntillas y con paciencia dio un giro de 360º observando detallada e infructuosamente cada habitáculo. Lo curioso era que el suave tintineo se repetía tan incesante como desubicado. No había dudas de que alguien más ocupaba frente al ordenador su silla de trabajo, la cuestión era saber dónde se encontraba y lo que estaba haciendo a escodidas.