La poesía de Racso Morejón está hecha de impulsos vivos, de síncopas limpias en la marcha por conquistar el sueño. El deseo es uno de sus manaderos expresivos, el ansia de la realización íntima y plural. Su personalidad posee en sus versos un espejo dinámico, una rampa para alcanzar el cielo.
Es imposible que compulsión de tal naturaleza no engendre esos saltos expresivos en los términos, esa yuxtaposición de registros en la voz. Por ello, su poesía fluye a través de grandes sacudidas, entrando en la realidad con las aspas resonantes de los más apasionados propósitos.
Por encima de cualquier letra mesurada, esculpida en la sonora elegancia, su poesía es más bien el testimonio de una juventud que ya posee una madurez interna, de una emoción que es una corporalidad ejerciéndose espiritualmente.
Es imposible que compulsión de tal naturaleza no engendre esos saltos expresivos en los términos, esa yuxtaposición de registros en la voz. Por ello, su poesía fluye a través de grandes sacudidas, entrando en la realidad con las aspas resonantes de los más apasionados propósitos.
Por encima de cualquier letra mesurada, esculpida en la sonora elegancia, su poesía es más bien el testimonio de una juventud que ya posee una madurez interna, de una emoción que es una corporalidad ejerciéndose espiritualmente.