Llegas a casa después del trabajo y te la encuentras vacía. No es que la familia esté a punto de llegar, sencillamente vives solo. Tienes la cabeza llena de preguntas pero no te apetece mendigar una oreja disponible al otro lado del teléfono. El silencio parece la única alternativa a menos que te guste gritarle a la televisión. O no. Sin darte cuenta, descubres que llevas un interlocutor incorporado de serie con el que puedes charlar sin pedir cita y hacerle callar cuando te está aburriendo. Puedes creer que sabes por adelantado lo que va a contestarte, pero al final termina sorprendiéndote... ¿Saco el pijama largo? ¿Te imaginas haber nacido mujer? ¿Me queda bien esta camiseta? ¿Cómo consigues ir a trabajar mañana? Nadie mejor que tú mismo para contestar.
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