Nadie hubiera sospechado hace tan sólo diez años que la psi-cología de familia adquiriría una nueva dimensión que desbancaría a todas las demás. Brotando con una fuerza expansiva que ha asombrado incluso a su propio creador, Bert Hellinger, las
Constelaciones Familiares (Familienaufstellung en alemán), o
“colocar a la familia”, es ya una realidad en el mundo de la psi-coterapia de grupo desde su modesta aparición a mediados de los años ochenta.
Ahora hay ya al menos en Europa más de 150 profesionales formalmente acreditados que la practican, surgidos en poco más de una década, y eso que su propagación aún no ha llegado masivamente a América, lugar donde está ya alcanzando un modesto éxito. Indudablemente su triunfo se debe, no solamente a la eficacia de la terapia, sino a su relativamente sencilla aplicación y al entusiasmo inmediato que despierta entre los participantes.
Sin embargo, y a pesar de su éxito comercial, hasta hoy han sido pocos los intentos de validación por parte de los científicos, poco entusiasmados por alguien que les contradice y que utiliza con suma frecuencia la palabra “amor”. Sus logros son empíri-cos, no se puede encuadrar en algo teórico, existiendo solamente pautas para llevar a buen fin una terapia de familia o grupo. Las numerosas cuestiones sin resolver o aclarar, no gustan a quienes nunca han acudido a una de estas constelaciones. Tampoco se sabe si la técnica es eficaz desde el punto de vista psicoterapéutico, y si lo es, para quién o en qué circunstancias puede resultar beneficiosa, lo mismo que no existen datos fiables sobre si los resultados quedan consolidados o, una vez abandonada la sesión, como no hay continuidad, todos los aspectos negativos de sus asistentes vuelven a resurgir.
Tampoco está claro si los supuestos en los que se basa son sostenibles y si la técnica es congruente con ellos. Algunos detractores entienden que se trata de un mero entretenimiento que no merece ser clasificado como psicoterapia. Las críticas son también encendidas en cuanto a cómo actúa y hasta qué punto lo hace y, en todo caso, en qué escuela psicológica es posible encuadrarla.
Bien, nosotros sabemos que la medicina y la psiquiatría tie-nen mucho interés en poner etiquetas rápidamente, y que cualquier terapia nueva es rechazada a priori por no haber salido de sus escuelas, algo que ya sabemos llevan años haciendo con la Medicina Natural. Así y todo, la expansión sigue adelante levantando una importante polémica, no sólo clínica, conceptual y cognitiva, sino también dirigida a la persona de su creador, Bert Hellinger, ese ex misionero católico formado en el psicoanálisis, al que se ha acusado de excesos ideológicos tales como dogma-tismo o antisemitismo, defectos que, de ser ciertos, no invalidan la eficacia de su terapia.
Ahora bien, aún estando justificada la controversia, las Constelaciones Familiares merecen una mirada y una reflexión. Fundamentalmente, porque la satisfacción de sus clientes le con
cede el beneficio de la duda acerca de sus posibles efectos sanadores. Y además, porque aporta una perspectiva generalmente desestimada en las psicoterapias (y en la psicología en general), que reconoce la transmisión, a través de las generaciones, de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse que derivan en, o de alguna forma determinan, los problemas psicológicos actuales. Esta perspectiva “hereditaria” dicen que no depende de la transmisión genética, pero entonces no es posible explicarlo mediante otro método conocido hasta ahora. A falta de una hipótesis clara, de la exposición de sus autores se deduce que tal herencia posee más bien el carácter de una trans-misión cultural. A tal perspectiva se le debe conceder la duda de su interés clínico, sin perjuicio de los reparos acerca de su validez o de la dificultad de comprobarla.
Constelaciones Familiares (Familienaufstellung en alemán), o
“colocar a la familia”, es ya una realidad en el mundo de la psi-coterapia de grupo desde su modesta aparición a mediados de los años ochenta.
Ahora hay ya al menos en Europa más de 150 profesionales formalmente acreditados que la practican, surgidos en poco más de una década, y eso que su propagación aún no ha llegado masivamente a América, lugar donde está ya alcanzando un modesto éxito. Indudablemente su triunfo se debe, no solamente a la eficacia de la terapia, sino a su relativamente sencilla aplicación y al entusiasmo inmediato que despierta entre los participantes.
Sin embargo, y a pesar de su éxito comercial, hasta hoy han sido pocos los intentos de validación por parte de los científicos, poco entusiasmados por alguien que les contradice y que utiliza con suma frecuencia la palabra “amor”. Sus logros son empíri-cos, no se puede encuadrar en algo teórico, existiendo solamente pautas para llevar a buen fin una terapia de familia o grupo. Las numerosas cuestiones sin resolver o aclarar, no gustan a quienes nunca han acudido a una de estas constelaciones. Tampoco se sabe si la técnica es eficaz desde el punto de vista psicoterapéutico, y si lo es, para quién o en qué circunstancias puede resultar beneficiosa, lo mismo que no existen datos fiables sobre si los resultados quedan consolidados o, una vez abandonada la sesión, como no hay continuidad, todos los aspectos negativos de sus asistentes vuelven a resurgir.
Tampoco está claro si los supuestos en los que se basa son sostenibles y si la técnica es congruente con ellos. Algunos detractores entienden que se trata de un mero entretenimiento que no merece ser clasificado como psicoterapia. Las críticas son también encendidas en cuanto a cómo actúa y hasta qué punto lo hace y, en todo caso, en qué escuela psicológica es posible encuadrarla.
Bien, nosotros sabemos que la medicina y la psiquiatría tie-nen mucho interés en poner etiquetas rápidamente, y que cualquier terapia nueva es rechazada a priori por no haber salido de sus escuelas, algo que ya sabemos llevan años haciendo con la Medicina Natural. Así y todo, la expansión sigue adelante levantando una importante polémica, no sólo clínica, conceptual y cognitiva, sino también dirigida a la persona de su creador, Bert Hellinger, ese ex misionero católico formado en el psicoanálisis, al que se ha acusado de excesos ideológicos tales como dogma-tismo o antisemitismo, defectos que, de ser ciertos, no invalidan la eficacia de su terapia.
Ahora bien, aún estando justificada la controversia, las Constelaciones Familiares merecen una mirada y una reflexión. Fundamentalmente, porque la satisfacción de sus clientes le con
cede el beneficio de la duda acerca de sus posibles efectos sanadores. Y además, porque aporta una perspectiva generalmente desestimada en las psicoterapias (y en la psicología en general), que reconoce la transmisión, a través de las generaciones, de conflictos, preocupaciones familiares y modos de comportarse que derivan en, o de alguna forma determinan, los problemas psicológicos actuales. Esta perspectiva “hereditaria” dicen que no depende de la transmisión genética, pero entonces no es posible explicarlo mediante otro método conocido hasta ahora. A falta de una hipótesis clara, de la exposición de sus autores se deduce que tal herencia posee más bien el carácter de una trans-misión cultural. A tal perspectiva se le debe conceder la duda de su interés clínico, sin perjuicio de los reparos acerca de su validez o de la dificultad de comprobarla.