Lo que hace de este libro de Rousseau un clásico fundacional del pensamiento político de la modernidad es el modo en que elabora una teoría de la soberanía como sujeto y una formulación del punto de vista de la legitimidad como instancia crítica. El Contrato social constituye la primera parte doctrinal de una obra sobre Instituciones políticas en la que el autor comenzó a trabajar hacia 1750 y que, probablemente por razones teóricas, nunca llegó a acabar. Así como en el Emilio Rousseau narra y teoriza la construcción de un sujeto humano, a la vez individual y genérico, que ejemplifica la construcción de una identidad racional, en la que cultura y naturaleza se entrelazan de forma no opresiva, el Contrato social construye un sujeto colectivo, la voluntad general, que permite pensar el tipo de vínculo social legítimo en el que no habría contradicción entre individuo y colectividad. Su actualidad es considerable en una sociedad como la nuestra que, al hablar de «muerte de lo político» y hasta de «sociedad sin hombres», se está quedando sin categorías filosóficas desde las que pensar el espacio político indispensable para dirimir los nuevos conflictos.
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