Para chiquitos y mayores. Para instruir en el arte de la danza o el culinario. Para asustar y tener miedo, y para espantarlo también. Para reír, unas veces con la boca y otras hasta con el alma. Para conocer de dónde venimos. Para aprender los nombres de las estrellas y de los peces. Para llorar, y limpiarnos los ojos, y sacudir el corazón echando lo feo. Para sentarse junto a los que se fueron en torno al fuego y los recuerdos. Para transmitir una oración o un viejo oficio. Para no aburrirse y matar las horas. Para soñar, mucho, ancho, lejos... En fin, para vivir, o al menos para intentarlo. Desde siempre…
Desde siempre, y de mil y una formas, tantas al menos como pueblos hubo sobre la Tierra, e incluso como contadores. Así, donde aquí pone un Érase o un Colorín colorado… existen y existieron en el mundo otras “palabras mágicas”. Por ejemplo, los cuentos populares del Rif acaban con Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió. Por eso, el cuento también es ventana (o puerta, o balcón, depende del que a ti te contaron), desde donde podemos asomarnos a descubrir mil y un mundos, otros, diferentes, lejanos… Y a veces bien cercanos también, pero casi desconocidos, como los de África.
Cuentan que entre los elementos que el hombre africano encuentra en la naturaleza, cada pueblo elige y sacraliza un árbol propio del lugar donde vive. Y es que este elemento es muy importante para el desarrollo de la existencia allí, para simplemente sobrevivir en un medio muchas veces rudo y hostil. Cuando llega el mediodía y el cielo se vuelve blanco de tanto calor, a la sombra del árbol se protegen todos: los niños, los adultos y también el ganado. Y si en la aldea hay un maestro, el espacio bajo el árbol sirve como aula escolar. Pero las horas de la tarde son las más importantes, ya que entonces acuden puntual y celosamente a él los mayores. Allí se reúnen para hablar, para contar...
No podemos hablar de tradición oral africana sin vincularla a la memoria, ya que, aparte del norte islámico, el África negra, salvo excepciones, no conocía la escritura; la historia estaba en las leyendas que circulaban de boca en boca y era un mito colectivo, creado “involuntariamente” al pie de un mango, por ejemplo, en la profunda penumbra de la tarde, cuando no se oían más que las voces temblorosas de los ancianos, puesto que mujeres, niños y jóvenes, embelesados, guardaban silencio. Entonces, sus voces sonaban serias y solemnes, porque al hablar se sentían responsables de la historia de su pueblo, tenían que preservarla y desarrollarla, ya que nadie la había escrito. Tampoco, por tanto, existía la Historia más allá de la que supieran contar aquí y ahora; por eso, cada generación, tras escuchar la versión que le ha sido transmitida, la cambia, la altera, la modifica y también la embellece.
Son bastantes las leyendas, cuentos y fábulas africanas que se han recogido y llegado hasta nosotros, sin embargo son muchas más todavía las que quedan inéditas, porque cada rincón del bosque o la selva tiene su leyenda; cada pájaro o ruido tiene su fábula; cada familia o pueblo sus cuentos. En el espacio africano toda la literatura es real y tiene vida, pues toda esa producción anda suelta por esos incontables anaqueles de la naturaleza que son una piedra, un riachuelo, un animal. Y, sin embargo, todo este arsenal literario no ha contado para su conservación y transmisión de un solo signo gráfico.
Desde siempre, y de mil y una formas, tantas al menos como pueblos hubo sobre la Tierra, e incluso como contadores. Así, donde aquí pone un Érase o un Colorín colorado… existen y existieron en el mundo otras “palabras mágicas”. Por ejemplo, los cuentos populares del Rif acaban con Y después de andar por aquí y por allí, me puse el calzado y se me rompió. Por eso, el cuento también es ventana (o puerta, o balcón, depende del que a ti te contaron), desde donde podemos asomarnos a descubrir mil y un mundos, otros, diferentes, lejanos… Y a veces bien cercanos también, pero casi desconocidos, como los de África.
Cuentan que entre los elementos que el hombre africano encuentra en la naturaleza, cada pueblo elige y sacraliza un árbol propio del lugar donde vive. Y es que este elemento es muy importante para el desarrollo de la existencia allí, para simplemente sobrevivir en un medio muchas veces rudo y hostil. Cuando llega el mediodía y el cielo se vuelve blanco de tanto calor, a la sombra del árbol se protegen todos: los niños, los adultos y también el ganado. Y si en la aldea hay un maestro, el espacio bajo el árbol sirve como aula escolar. Pero las horas de la tarde son las más importantes, ya que entonces acuden puntual y celosamente a él los mayores. Allí se reúnen para hablar, para contar...
No podemos hablar de tradición oral africana sin vincularla a la memoria, ya que, aparte del norte islámico, el África negra, salvo excepciones, no conocía la escritura; la historia estaba en las leyendas que circulaban de boca en boca y era un mito colectivo, creado “involuntariamente” al pie de un mango, por ejemplo, en la profunda penumbra de la tarde, cuando no se oían más que las voces temblorosas de los ancianos, puesto que mujeres, niños y jóvenes, embelesados, guardaban silencio. Entonces, sus voces sonaban serias y solemnes, porque al hablar se sentían responsables de la historia de su pueblo, tenían que preservarla y desarrollarla, ya que nadie la había escrito. Tampoco, por tanto, existía la Historia más allá de la que supieran contar aquí y ahora; por eso, cada generación, tras escuchar la versión que le ha sido transmitida, la cambia, la altera, la modifica y también la embellece.
Son bastantes las leyendas, cuentos y fábulas africanas que se han recogido y llegado hasta nosotros, sin embargo son muchas más todavía las que quedan inéditas, porque cada rincón del bosque o la selva tiene su leyenda; cada pájaro o ruido tiene su fábula; cada familia o pueblo sus cuentos. En el espacio africano toda la literatura es real y tiene vida, pues toda esa producción anda suelta por esos incontables anaqueles de la naturaleza que son una piedra, un riachuelo, un animal. Y, sin embargo, todo este arsenal literario no ha contado para su conservación y transmisión de un solo signo gráfico.