A través de la representación de los “Amores de Júpiter” y, en concreto, del mito de la princesa Dánae, algunos de los mayores mecenas de la historia de la pintura europea (Francisco I, el cardenal Farnesio, Felipe II) buscaban obtener sensaciones de poder, goce sensual y deleite intelectual (todo ello inalcanzable y a la vez prohibido para la inmensa mayoría) bajo la égida integradora de un arte que aportaba la dimensión estética y eliminaba la potencial consideración de la obra como pornográfica.
Por su parte, los artistas hallaron en el mito una vía adecuada para el desarrollo de sus anhelos prometeicos o para la creciente expresión de sus cosmovisiones.
Desde su “plenitud” representativa renacentista, pasando por su “encarnación” barroca para alcanzar, finalmente, las fórmulas transgresoras contemporáneas, el mito que nos ocupa ha resultado vehículo idóneo para la reflexión acerca de múltiples cuestiones esenciales para la civilización occidental: la noción de poder, la sexualidad, la relación entre los sexos, la relevancia del lujo y la riqueza o los afanes creativos del Arte.
De esta forma, acercarse a estas pinturas es acercarse de algún modo, a través de sus formas y de sus colores, a brillantes episodios de la cultura europea.
Por su parte, los artistas hallaron en el mito una vía adecuada para el desarrollo de sus anhelos prometeicos o para la creciente expresión de sus cosmovisiones.
Desde su “plenitud” representativa renacentista, pasando por su “encarnación” barroca para alcanzar, finalmente, las fórmulas transgresoras contemporáneas, el mito que nos ocupa ha resultado vehículo idóneo para la reflexión acerca de múltiples cuestiones esenciales para la civilización occidental: la noción de poder, la sexualidad, la relación entre los sexos, la relevancia del lujo y la riqueza o los afanes creativos del Arte.
De esta forma, acercarse a estas pinturas es acercarse de algún modo, a través de sus formas y de sus colores, a brillantes episodios de la cultura europea.