Caballeros templarios, brujería, sortilegios, duendes, elfos, una perversa hechicera, un rey malvado, un tesoro sagrado, castillos medievales, seres fabulosos, amor, fantasía, humor, acción, emoción e intriga; además de unos consejos sobre lectura y estudio que conforman un entremés antes del relato en sí. Dayanalona pretende llegar a ser el libro de lectura en los colegios para niños de entre ocho y doce años; pero al mismo tiempo está dirigido a un público mucho más amplio, desde adolescentes, hasta jóvenes, adultos y, en general, a todo aquel que quiera saber lo que es la magia. Además puedes averiguar cuál es tu velocidad lectora y, asimismo tu comprensión gracias al formato de la historia, el cual ha sido concebido para que puedas hacer ambas cosas al comienzo de cada capítulo, durante las primeras dos mil palabras del mismo; de esa forma además de saber cuál ha sido tu ritmo al leer, podrás hacerte una idea acerca de cómo has entendido el texto. Si prefieres dejar para más adelante los Consejos sobre lectura y estudio que se encuentran al comienzo del libro y, pasar directamente a la historia de Dayanalona en sí puedes hacerlo; no obstante, te aconsejaría que leyeses en primer lugar los consejos a los que me refiero, ya que aquí encontrarás unas recomendaciones que –seguro– pueden serte útiles, además de las instrucciones para llevar a cabo las Pruebas de velocidad lectora y comprensión a las que ya me he referido. Y a continuación te ofrezco un pequeño adelanto del relato, se trata de un fragmento del Capítulo 3, el cual comienza de la siguiente manera: Era aquella una luminosa mañana de verano y, las integrantes del grupo con el que Dayanalona se ejercitaba en el elegante arte de la danza habían madrugado para ensayar, antes de que el calor del mes de julio hiciese impracticable cualquier actividad al aire libre. Aunque la profesora de ballet clásico era conocida entre sus pupilas como Lady Bastón, su verdadero nombre era Diamaya Plisitskaya y, había sido una bailarina profesional de renombre; de hecho, los duendecillos de París y San Petersburgo la habían visto representar el Cascanueces como un ángel en una dimensión ingrávida, cuando se encontraba en su plenitud; con su vara de bambú ofrecía un aspecto más próximo al de un maestro samurái que al de una instructora de danza y además, pese a su respetable edad, se mantenía en una envidiable forma física. Después de realizar unos estiramientos que se asemejaban más a unos ejercicios de contorsionismo que de ballet, Lady Bastón instó a sus alumnas a ejercitarse con las piruetas; por supuesto no toleraría ni el más leve fallo, quería ver giros perfectos y, de repente reparó en que una de las duendecillas permanecía en pie, sin practicar y, apoyando su mano sobre el tallo de una violeta silvestre –recordemos que la muchacha apenas debía levantar unos 6 cm del suelo–, en cuanto la pobre rezagada vio aproximarse a la instructora le dijo en tono de súplica. –– Verá, señora; yo no sé hacer piruetas, pero quizá dentro de un mes lo logre. –– ¡No digas: «Lo conseguiré en un mes»! ¡Hazlo! –Gritó Lady Bastón, al tiempo que con su vara de bambú golpeaba con fuerza el tallo de la flor, haciendo que todo el rocío que se había acumulado durante la noche en el receptáculo de esta, se derramara sobre la pobre duendecilla, que quedó empapada hasta los huesos. Por suerte se encontraba allí Dayanalona que, gracias a la brujería, logró que tanto el tutú como los cabellos de su compañera quedaran secos en décimas de segundo, tan sólo con extender su mano hacia ella–.
En breve tendría lugar una actuación para toda la familia de duendecillos y, Lady Bastón había decidido que una de las bailarinas llevaría puesto un incómodo corsé bajo el vestido, demasiado aparatoso para la danza, que la propia instructora había elegido.
–– ¡Madamme ayúdeme, por favor, yo sola no puedo ponerme esto! –Le sugirió la joven, que se disponía a practicar con la incómoda prenda para saber desenvolverse con ella–.
En breve tendría lugar una actuación para toda la familia de duendecillos y, Lady Bastón había decidido que una de las bailarinas llevaría puesto un incómodo corsé bajo el vestido, demasiado aparatoso para la danza, que la propia instructora había elegido.
–– ¡Madamme ayúdeme, por favor, yo sola no puedo ponerme esto! –Le sugirió la joven, que se disponía a practicar con la incómoda prenda para saber desenvolverse con ella–.