La primera máxima de un asesino a sueldo, o pistola de alquiler, es: no te metas en donde no te llaman, y dedícate a lo tuyo. Los problemas ajenos los deben resolver otros, y tú ni siquiera asistir de espectador.
La segunda: se amable con tus vecinos, pero no demasiado. Si eres huraño, desconfían, y si te notan zalamero, mucho más. Por tanto: sé cordial, pero sin darles excesiva confianza.
La tercera: paga tus deudas de inmediato, y con mayor razón si son multas de tránsito. Nunca tengas problemas con la ley, aunque se trate de una nimiedad. Cuanto menos te roces con ellos, mucho mejor.
La cuarta, y más importante: no te involucres sentimentalmente con quien se relacione con tu trabajo. Si el amor y los negocios no se llevan, aún menos si tu profesión es inconfesable. Si amas, que sea muy lejos de donde trabajas.
Claro que no todos siguen las normas al pie de la letra, y así les va.
En esta novela, un asesino a sueldo se ve envuelto en un problema que no le concierne, pero en el que se involucra a causa de su obsesión por una mujer.
La mujer se adelantó hacia el ascensor. Osvaldo alargó la mano, para darle una palmada en el trasero. Ella, sorprendida, dio un brinco. El recepcionista miró el nombre que el cliente había puesto: Henry Ford. Seguro que le sonaba, aunque no recordaba en qué película trabajó, o si fue presidente de Estados Unidos. Hubiera sido diferente de apellidarse Cadillac.
Llegaron al tercer piso, ya que les habían dado la llave del 326. Salieron del ascensor, y Osvaldo cogió de la mano a la mujer, empujándola hacia las escaleras. Subieron al piso siguiente, y fueron hasta la puerta del 419.
-Toca, y di que le traes un paquete. Finge la voz, no sea que se acuerde de la tuya.
Osvaldo empuñó la pistola. Susy le miró con los ojos a punto de saltar, y preguntó:
-¿Quién eres tú? ¿Eres policía?
La segunda: se amable con tus vecinos, pero no demasiado. Si eres huraño, desconfían, y si te notan zalamero, mucho más. Por tanto: sé cordial, pero sin darles excesiva confianza.
La tercera: paga tus deudas de inmediato, y con mayor razón si son multas de tránsito. Nunca tengas problemas con la ley, aunque se trate de una nimiedad. Cuanto menos te roces con ellos, mucho mejor.
La cuarta, y más importante: no te involucres sentimentalmente con quien se relacione con tu trabajo. Si el amor y los negocios no se llevan, aún menos si tu profesión es inconfesable. Si amas, que sea muy lejos de donde trabajas.
Claro que no todos siguen las normas al pie de la letra, y así les va.
En esta novela, un asesino a sueldo se ve envuelto en un problema que no le concierne, pero en el que se involucra a causa de su obsesión por una mujer.
La mujer se adelantó hacia el ascensor. Osvaldo alargó la mano, para darle una palmada en el trasero. Ella, sorprendida, dio un brinco. El recepcionista miró el nombre que el cliente había puesto: Henry Ford. Seguro que le sonaba, aunque no recordaba en qué película trabajó, o si fue presidente de Estados Unidos. Hubiera sido diferente de apellidarse Cadillac.
Llegaron al tercer piso, ya que les habían dado la llave del 326. Salieron del ascensor, y Osvaldo cogió de la mano a la mujer, empujándola hacia las escaleras. Subieron al piso siguiente, y fueron hasta la puerta del 419.
-Toca, y di que le traes un paquete. Finge la voz, no sea que se acuerde de la tuya.
Osvaldo empuñó la pistola. Susy le miró con los ojos a punto de saltar, y preguntó:
-¿Quién eres tú? ¿Eres policía?