Muchos de los textos bíblicos surgieron de reinterpretar otros textos, de dar vida a las palabras para vivir un presente, o a raíz de acontecimientos contados de boca en boca que fueron generando sorpresa por la esperanza, o el gozo que comunicaban, por lo imprevisto de los hechos y su significado teológico. Se convirtieron en memoria, en catequesis, en profesiones de fe, en una polifonía de experiencias que tomaron forma y hoy recibimos en palabra escrita.
Estos escritos, que conservan su libertad y fuerza poética, tienen algo que decir a nuestro mundo ávido de felicidad y un tanto escéptico; tienen el poder de abrir horizontes de posibilidades y de sentido al lector que se deja interpelar por ellos. Uno de los puntos más importantes para que la Palabra trascienda, salga fuera de sí para referirse a nuestro mundo es dejarse habitar por ella.
Dejarse habitar para ser sujetos que pongamos en acción la Palabra. Ésta es la invitación de esta pequeña obra, cuyo punto de partida es la lectura de textos bíblicos. Presentamos tres voces a fin de ahondar en su sentido, desde distintas perspectivas, en que el lector o la comunidad no se queden como espectadores, sino que pongan la cuarta voz para dialogar con los personajes, ser protagonistas, dándose un encuentro entre textos, contextos, obras, biografías, tradiciones… para volver a traducir el mensaje recibido al lenguaje de hoy, de modo que reanime el poder vivificador y creativo de todas las voces.
La primera voz se acerca al texto bíblico queriendo entresacar y comprender la experiencia de fe que éste encierra. La segunda voz, con el lenguaje del símbolo, pretende desarrollar una “Teología visual” relacionada con lo anterior, pero a partir de obras de pintura que reflejan la condición humana de los artistas y sus contextos. La tercera voz presenta acciones queriendo ampliar el campo de la experiencia y despertar el deseo de transitar itinerarios parecidos o inspirados en personas cercanas a nuestro tiempo.
Se trata de crear un ámbito de intercambio que, como ya hemos dicho, implica la vida personal. Reconocerse parte de aquello que se narra, en la interacción de apelación y de respuesta entre lector y Palabra, promueve el crecimiento de autorrealización, fortalece la esperanza y el amor que sostienen nuestras acciones. Es una dinámica, en la que el sentido de lo dicho se va desplegando, moviliza la vitalidad de nuestras convicciones y se llega, de este modo, a la autocomprensión y transformación de sí mismos y del entorno.
Para ello, lo escrito y pintado pide a quienes leen y contemplan desapropiarse libremente de sí mismos para permitir que la Palabra vuelva a decir y despliegue su riqueza creadora; convoque, cuestione ilusiones e imaginarios personales; en definitiva, sea lugar de revelación. Desapropiarse, ampliar el horizonte para ser más y mejor personas implica el juego de la distancia y de la aproximación como son la escucha y la sospecha; la confianza y el sentido crítico; el rechazo y la apertura hasta llegar a las posibilidades más auténticas de nosotros mismos frente al texto.
De este modo, la apropiación auténtica del mensaje lo convierte en voz interior para dar respuesta y comprometerse. Se vivifica porque le damos vida y lo hacemos posible porque lo encarnamos.
Estos escritos, que conservan su libertad y fuerza poética, tienen algo que decir a nuestro mundo ávido de felicidad y un tanto escéptico; tienen el poder de abrir horizontes de posibilidades y de sentido al lector que se deja interpelar por ellos. Uno de los puntos más importantes para que la Palabra trascienda, salga fuera de sí para referirse a nuestro mundo es dejarse habitar por ella.
Dejarse habitar para ser sujetos que pongamos en acción la Palabra. Ésta es la invitación de esta pequeña obra, cuyo punto de partida es la lectura de textos bíblicos. Presentamos tres voces a fin de ahondar en su sentido, desde distintas perspectivas, en que el lector o la comunidad no se queden como espectadores, sino que pongan la cuarta voz para dialogar con los personajes, ser protagonistas, dándose un encuentro entre textos, contextos, obras, biografías, tradiciones… para volver a traducir el mensaje recibido al lenguaje de hoy, de modo que reanime el poder vivificador y creativo de todas las voces.
La primera voz se acerca al texto bíblico queriendo entresacar y comprender la experiencia de fe que éste encierra. La segunda voz, con el lenguaje del símbolo, pretende desarrollar una “Teología visual” relacionada con lo anterior, pero a partir de obras de pintura que reflejan la condición humana de los artistas y sus contextos. La tercera voz presenta acciones queriendo ampliar el campo de la experiencia y despertar el deseo de transitar itinerarios parecidos o inspirados en personas cercanas a nuestro tiempo.
Se trata de crear un ámbito de intercambio que, como ya hemos dicho, implica la vida personal. Reconocerse parte de aquello que se narra, en la interacción de apelación y de respuesta entre lector y Palabra, promueve el crecimiento de autorrealización, fortalece la esperanza y el amor que sostienen nuestras acciones. Es una dinámica, en la que el sentido de lo dicho se va desplegando, moviliza la vitalidad de nuestras convicciones y se llega, de este modo, a la autocomprensión y transformación de sí mismos y del entorno.
Para ello, lo escrito y pintado pide a quienes leen y contemplan desapropiarse libremente de sí mismos para permitir que la Palabra vuelva a decir y despliegue su riqueza creadora; convoque, cuestione ilusiones e imaginarios personales; en definitiva, sea lugar de revelación. Desapropiarse, ampliar el horizonte para ser más y mejor personas implica el juego de la distancia y de la aproximación como son la escucha y la sospecha; la confianza y el sentido crítico; el rechazo y la apertura hasta llegar a las posibilidades más auténticas de nosotros mismos frente al texto.
De este modo, la apropiación auténtica del mensaje lo convierte en voz interior para dar respuesta y comprometerse. Se vivifica porque le damos vida y lo hacemos posible porque lo encarnamos.
