Dos cosas hubo en las obras del primer poeta Homero, las cuales aficionaron de tal modo al Magno Alejandro que quiso, como es sabido, tenerlas siempre por consejero y compañía: una fue la realzada imagen o ejemplar de un perfecto Rey y Capitán, que aquel divino ingenio describió en la Ilíada en la persona de Agamenón; y la otra, la erudición casi infinita de que están llenos sus escritos, de que hace alarde y muestra el inestimable filósofo e historiador Plutarco. Las mismas se ven con eminencia en esta Obra del Angélico Doctor Santo Tomas, porque un príncipe católico hallará en ella tratadas las obligaciones de su oficio con tales razones y doctrina, que tengo por cierto que ninguno que se haga su discípulo, no salga maestro en la principal y más segura parte del gobierno, que es encaminarle al bien de los súbditos. Y, siendo esto tan conforme al deseo de V. E., espero que ha de hallar en su estimación acogida semejante a la que hallaron los libros del poeta en la de aquel ilustre príncipe.
De la traducción, solo diré a V. Excelencia que he procurado indispensablemente sacarla como un retrato de su original, sin trocar ni dilatar las palabras de él; porque siendo libro de preceptos y en muchas partes tratados con el mismo método que su autor tuvo sobre los libros del Maestro de las Sentencias, no recibiera en sí mudanza sin hacerla en lo substancial de la doctrina; además de que los muchos términos de filosofía y autoridades de la Sagrada Escritura que en él se hallan, en ningún caso reciben alteración. Ni pienso que traducción la admita, si no es pasando a paráfrasis o a imitación, como bien sintió de sus Metamorfoseos el Anguilara, diciendo en otra parte:
"Mentre mi possi ad imitar Ovidio";
salvo en algunos casos que pueden tener por regla lo que escribe San Agustín en el Libro "De Vera Religione", cap. 50. "Habet enim omnis lingua sua quædam propria genera locutionum, quæ dum in aliam linguam transferuntur, videntur absurda".
De la traducción, solo diré a V. Excelencia que he procurado indispensablemente sacarla como un retrato de su original, sin trocar ni dilatar las palabras de él; porque siendo libro de preceptos y en muchas partes tratados con el mismo método que su autor tuvo sobre los libros del Maestro de las Sentencias, no recibiera en sí mudanza sin hacerla en lo substancial de la doctrina; además de que los muchos términos de filosofía y autoridades de la Sagrada Escritura que en él se hallan, en ningún caso reciben alteración. Ni pienso que traducción la admita, si no es pasando a paráfrasis o a imitación, como bien sintió de sus Metamorfoseos el Anguilara, diciendo en otra parte:
"Mentre mi possi ad imitar Ovidio";
salvo en algunos casos que pueden tener por regla lo que escribe San Agustín en el Libro "De Vera Religione", cap. 50. "Habet enim omnis lingua sua quædam propria genera locutionum, quæ dum in aliam linguam transferuntur, videntur absurda".