El autor de esta formidable memoria describe cómo a través de la rutina consiguió superar la muerte repentina de su hija a los 38 años. Él y su mujer decidieron recuperar su rol de padres e irse a vivir con sus tres nietos –Jessica, de siete años, Sammy, de cinco, y Bubbies, de veinte meses– y su yerno Harris. Admirado por la fortaleza de este, y por la tenacidad y habilidad de su mujer, Ginny, Roger cumple con su principal tarea: convertir el desayuno con sus nietos en el momento más íntimo e instructivo del día.
El día en que murió Amy, Harris les dijo a Ginny y Roger: «Es imposible». El relato de Roger explica lo que hace una familia para convertir en posible lo imposible.