Mi nombre es Alonso de Paones y nací en el Reino de León.
Qué lejanos quedan todos esos recuerdos ahora que pienso en que tan sólo quedamos cuatro caballeros de la orden de Santa María de Monte Gaudio en Tierra Santa.
Somos conscientes de que los inmensos pecados y la nefasta ambición, nos han llevado hasta esta derrota. Pero para mi desgracia, yo tampoco estoy libre de faltas. Juré que no sería de ninguna otra mujer y huí de mi tierra para alejarme de mi amada, Jimena de Sanfelismo, sabiendo que jamás podría olvidarla y que su recuerdo seguiría cubriendo de herrumbre mi alma.
De León me traje aquel juramento que ha sellado mi destino y
una amenaza siniestra, silenciosa y eterna, que me ha ido persiguiendo hasta mis últimos días en Jerusalén.
Ahora, tras años de recuerdos, de remordimientos y peligros, sé que debo terminar con todo ello. Y no hay mejor sitio que aquí, en lo alto de la colina del Gozo, desde donde los primeros cruzados vieron la Santa Ciudad y derramaron lágrimas de alegría.
He picado espuelas y junto a mis hermanos, lanza en ristre, me dispongo a cerrar mis cuentas con el Altísimo, mientras ella sigue presente en mis pensamientos…
—Pater noster, qui es in coelis, santificetur nomen tuum…
Qué lejanos quedan todos esos recuerdos ahora que pienso en que tan sólo quedamos cuatro caballeros de la orden de Santa María de Monte Gaudio en Tierra Santa.
Somos conscientes de que los inmensos pecados y la nefasta ambición, nos han llevado hasta esta derrota. Pero para mi desgracia, yo tampoco estoy libre de faltas. Juré que no sería de ninguna otra mujer y huí de mi tierra para alejarme de mi amada, Jimena de Sanfelismo, sabiendo que jamás podría olvidarla y que su recuerdo seguiría cubriendo de herrumbre mi alma.
De León me traje aquel juramento que ha sellado mi destino y
una amenaza siniestra, silenciosa y eterna, que me ha ido persiguiendo hasta mis últimos días en Jerusalén.
Ahora, tras años de recuerdos, de remordimientos y peligros, sé que debo terminar con todo ello. Y no hay mejor sitio que aquí, en lo alto de la colina del Gozo, desde donde los primeros cruzados vieron la Santa Ciudad y derramaron lágrimas de alegría.
He picado espuelas y junto a mis hermanos, lanza en ristre, me dispongo a cerrar mis cuentas con el Altísimo, mientras ella sigue presente en mis pensamientos…
—Pater noster, qui es in coelis, santificetur nomen tuum…