Sus editores no garantizan la precisión de los datos aquí expuestos, pues calculan que Joan Rivers tenía más de 160 años cuando lo escribió.
También advierten que este libro es una comedia. Aunque su autora no perdió la oportunidad para expresar su animadversión por las modelos y las actrices esqueléticas, ella no creía que todas las celebridades fuesen bulímicas o que vomitasen en cada vuelta al baño. De la misma manera, tampoco consideraba que todos los alemanes fueran simpatizantes nazis y antisemitas; ni que la mayoría de los estadounidenses de origen mexicano cruzaran la frontera de manera ilegal o que las estrellas de la televisión y el cine consumieran cocaína de manera frenética.
Una vez hechas estas aclaraciones, Joan Rivers escribió en su testamento que cualquiera que asumiera seriamente los acontecimientos narrados en estas páginas debería ser considerado un verdadero idiota, y si alguien tenía algún problema con esto podría llamar, con toda libertad, a su abogado, Clarence Darrow. Seguro le devuelve la llamada.
