Existen mujeres calladas, mujeres que entran al día como a una condena impuesta por el sol. Y, para ellas, las horas no son esas que los demás aceptan en el reloj de mano, porque el tiempo interno es mucho más lento, más agotador, y hablar cansa, mirar cansa, perseguir cansa.
Yo soy una de esas mujeres. Desde pequeña me di cuenta de que prefería callar y hacer lo que mi madre me pidiera, los sacrificios a los que me obligaba mi padre en pro de mis hermanas pequeñas, con tal de no tener que hablar. Amaba cuidar pájaros, amaba criar pájaros, pero no para recibir su canto matutino: ya sabía desde niña que ellos cantaban por hambre o por vicio, como también nosotros, que hablamos siempre para conseguir algo, para saciar nuestros deseos, por ambición y por costumbre.
Yo soy una de esas mujeres. Desde pequeña me di cuenta de que prefería callar y hacer lo que mi madre me pidiera, los sacrificios a los que me obligaba mi padre en pro de mis hermanas pequeñas, con tal de no tener que hablar. Amaba cuidar pájaros, amaba criar pájaros, pero no para recibir su canto matutino: ya sabía desde niña que ellos cantaban por hambre o por vicio, como también nosotros, que hablamos siempre para conseguir algo, para saciar nuestros deseos, por ambición y por costumbre.