Se dice que los antiguos egipcios inventaron el laberinto no para despistar a los ladrones de tumbas, sino a la propia Muerte. En sus últimas moradas no guardaban solo tesoros materiales, sino también su bien más preciado: el alma.
La arquitectura que erige Manuel Amaro Parrado en Dioses y corderos sigue los principios del laberinto. Deslumbrado por los frescos de la antesala, el lector va adentrándose por sus corredores hasta que ya es demasiado tarde: para cuando descubre la conexión entre las distintas estancias ya no hay vuelta atrás. A través del diálogo entre las historias, una magia ancestral ha surtido efecto. Tan solo queda seguir adentrándose hasta el corazón mismo del laberinto para enfrentarse a su misterio final: quiénes son los dioses, y quiénes los corderos.
Este libro no es una antología de relatos. No es un fix-up, ni una mera recopilación. Es un viaje distinto al Apocalipsis, un mosaico único, un rompecabezas que no muestra su última carta hasta el instante final.
Dioses y corderos es, en definitiva, un laberinto. Un laberinto con monstruo, con rincones espeluznantes, con estancias que nos hacen abrir los ojos ebrios de fascinación, con tesoros ocultos e inscripciones misteriosas. Un laberinto con ánima.
Un laberinto abierto para quienes osen entrar en él.
La arquitectura que erige Manuel Amaro Parrado en Dioses y corderos sigue los principios del laberinto. Deslumbrado por los frescos de la antesala, el lector va adentrándose por sus corredores hasta que ya es demasiado tarde: para cuando descubre la conexión entre las distintas estancias ya no hay vuelta atrás. A través del diálogo entre las historias, una magia ancestral ha surtido efecto. Tan solo queda seguir adentrándose hasta el corazón mismo del laberinto para enfrentarse a su misterio final: quiénes son los dioses, y quiénes los corderos.
Este libro no es una antología de relatos. No es un fix-up, ni una mera recopilación. Es un viaje distinto al Apocalipsis, un mosaico único, un rompecabezas que no muestra su última carta hasta el instante final.
Dioses y corderos es, en definitiva, un laberinto. Un laberinto con monstruo, con rincones espeluznantes, con estancias que nos hacen abrir los ojos ebrios de fascinación, con tesoros ocultos e inscripciones misteriosas. Un laberinto con ánima.
Un laberinto abierto para quienes osen entrar en él.