William Chambers, de origen sueco y muchos años residente en Inglaterra en el siglo xviii, viajó y estudió a profundidad las artes decorativas chinas. Como producto de tal travesía, escribió éste que no es ningún compendio botánico-arquitectónico ni tampoco una simple descripción, sino un paseo por aquella escena, casi teatral, de los jardines chinos. Los ríos y lagos, la flora y la fauna, los llanos y montes, nada inocentes ni naturales, sino transformados y creados por la visión del artista, no son simple producto de la búsqueda de armonía física, sino de la reflexión de las formas naturales y artificiales, de la técnica y de la búsqueda de moción de las pasiones, para el goce estético. Comprende el autor occidental, entonces, que por ello son artes las decorativas y que su ejecutor, el jardinero chino, no sólo es jardinero, sino filósofo y artista.
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Entre los chinos, la jardinería se tiene en mucha más alta estima que entre los europeos. Figuran una obra perfecta basada en las grandes producciones del intelecto humano; digamos que su eficacia para mover las pasiones logra lo que muy pocas artes pueden alcanzar.
Sus jardineros no sólo son botánicos, sino también pintores y filósofo que cuentan con un profundo conocimiento de la mente humana y de las artes que les despiertan los más fuertes sentimientos. En China no sucede como en Italia o en Francia, donde cualquier oscuro arquitecto se convierte en jardinero; tampoco como en un famoso país en donde campesinos abandonan las plantaciones de melones para impartir cátedra y en el que Sganarelle, el fabricante de fagot, abandonó su pequeña hacha para volverse médico. En aquel país de Oriente, la jardinería es una profesión distinguida que requiere de extensos estudios y a cuya perfección llegan muy pocos. Los jardineros ahí, lejos de ser ignorantes o iletrados, son hombres de elevadas habilidades, que buscan las mejores áreas naturales, estudian los diseños en sus viajes y los respalda una larga experiencia. Es sólo en consideración a estas dotes que les es permitido ejercer su profesión; ya que su gusto por los jardines ornamentales es objeto de atención legislativa, pues suponen que tienen influencia en la cultura general y, en consecuencia, en la belleza de todo el país. Según sus parámetros, los errores cometidos en este arte son demasiado importantes como para tolerarlos, debido a que están muy expuestos a la vista y, a veces, son irreparables, porque muchas veces se requiere de un siglo entero para enmendar los disparates cometidos en una hora.
La naturaleza es su modelo e imitan sus bellas irregularidades. Las propiedades naturales del suelo en el que van a trabajar es el primer hecho a considerar: si éste es plano o tiene ondas; si es borrascoso y tiene grandes montañas; si es pequeño o de una extensión considerable; abundante en manantiales o ríos; si la escasez de agua supone mucho esfuerzo; si tiene muchos árboles o es más bien llano; si su forma es irregular o regular; si es árido o rico en vegetación; y si sus cambios son repentinos y de carácter profundo, salvaje y tremendo, o si son graduales y su movimiento general plácido, triste o lleno de alegría. Prestan cuidadosa atención a cada una de estas circunstancias. Escogen cada elemento de acuerdo al terreno; así, pueden disimular sus defectos, mejorar o dejar intactos sus atributos, y ejecutar el trabajo de manera expedita y con un gasto moderado.
También atienden a la riqueza o indigencia del patrón que los contrata, a su edad, sus debilidades, temperamento, diversiones, amistades, negocios y forma de vida, así como a la estación del año en que frecuentará más al jardín. Buscan, por ende, que la composición se adapte de acuerdo a las circunstancias, sin olvidar satisfacer otras necesidades y recreaciones. Su talento consiste en luchar contra las imperfecciones, defectos de la naturaleza y cualquier otro impedimento, y en producir, pese a cualquier obstáculo, obras que sean originales y perfectas.
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Entre los chinos, la jardinería se tiene en mucha más alta estima que entre los europeos. Figuran una obra perfecta basada en las grandes producciones del intelecto humano; digamos que su eficacia para mover las pasiones logra lo que muy pocas artes pueden alcanzar.
Sus jardineros no sólo son botánicos, sino también pintores y filósofo que cuentan con un profundo conocimiento de la mente humana y de las artes que les despiertan los más fuertes sentimientos. En China no sucede como en Italia o en Francia, donde cualquier oscuro arquitecto se convierte en jardinero; tampoco como en un famoso país en donde campesinos abandonan las plantaciones de melones para impartir cátedra y en el que Sganarelle, el fabricante de fagot, abandonó su pequeña hacha para volverse médico. En aquel país de Oriente, la jardinería es una profesión distinguida que requiere de extensos estudios y a cuya perfección llegan muy pocos. Los jardineros ahí, lejos de ser ignorantes o iletrados, son hombres de elevadas habilidades, que buscan las mejores áreas naturales, estudian los diseños en sus viajes y los respalda una larga experiencia. Es sólo en consideración a estas dotes que les es permitido ejercer su profesión; ya que su gusto por los jardines ornamentales es objeto de atención legislativa, pues suponen que tienen influencia en la cultura general y, en consecuencia, en la belleza de todo el país. Según sus parámetros, los errores cometidos en este arte son demasiado importantes como para tolerarlos, debido a que están muy expuestos a la vista y, a veces, son irreparables, porque muchas veces se requiere de un siglo entero para enmendar los disparates cometidos en una hora.
La naturaleza es su modelo e imitan sus bellas irregularidades. Las propiedades naturales del suelo en el que van a trabajar es el primer hecho a considerar: si éste es plano o tiene ondas; si es borrascoso y tiene grandes montañas; si es pequeño o de una extensión considerable; abundante en manantiales o ríos; si la escasez de agua supone mucho esfuerzo; si tiene muchos árboles o es más bien llano; si su forma es irregular o regular; si es árido o rico en vegetación; y si sus cambios son repentinos y de carácter profundo, salvaje y tremendo, o si son graduales y su movimiento general plácido, triste o lleno de alegría. Prestan cuidadosa atención a cada una de estas circunstancias. Escogen cada elemento de acuerdo al terreno; así, pueden disimular sus defectos, mejorar o dejar intactos sus atributos, y ejecutar el trabajo de manera expedita y con un gasto moderado.
También atienden a la riqueza o indigencia del patrón que los contrata, a su edad, sus debilidades, temperamento, diversiones, amistades, negocios y forma de vida, así como a la estación del año en que frecuentará más al jardín. Buscan, por ende, que la composición se adapte de acuerdo a las circunstancias, sin olvidar satisfacer otras necesidades y recreaciones. Su talento consiste en luchar contra las imperfecciones, defectos de la naturaleza y cualquier otro impedimento, y en producir, pese a cualquier obstáculo, obras que sean originales y perfectas.