Porqué doce y uno más, Porqué cuentos y Porqué anodinos
Con tres porqués: porqué doce, porqué cuentos y porqué peregrinos, encabeza Gabriel García Márquez el prólogo de sus Doce cuentos peregrinos, y en él nos dice: “Los doce cuentos de este libro fueron escritos en el curso de los últimos dieciocho años. Antes de su forma actual, cinco de ellos fueron notas periodísticas y guiones de cine, y uno fue un serial de televisión. Otro lo conté hace quince años en una entrevista grabada, y el amigo a quien se lo conté lo transcribió y lo publicó, y ahora lo he vuelto a escribir a partir de esa versión. Ha sido una rara experiencia creativa que merece ser explicada, aunque sea para que los niños que quieren ser escritores cuando sean grandes sepan desde ahora qué insaciable y abrasivo es el vicio de escribir”.
Pues bien; siendo estos mis doce y uno más, cuentos que tienen cada uno su distintiva historia y considerando que el insigne García Márquez, Gabo, hipocorístico guajiro para Gabriel, como le bautizó su compañero periodista José Salgar y como le dicen sus amigos más queridos; es para mí el norte que la brújula de mi inconsciente señala al emprender los a veces azarosos viajes en que me embarco por los mares y océanos de las letras, cuando muy ufano me siento a escribir creyéndome intrépido almirante o en otras aventuras, mareado grumete. En mi navegar por ellos, lo leo y estudio línea por línea ya que lo considero un poeta de la escritura y un mago de la palabra. Escribo buscando en mi léxico voces que transmitan esa magia de la poesía en prosa. Una línea alargada con buenos adjetivos, es una de las herramientas que emplea García Márquez como descripción poética que hace que el párrafo que se lee, deje al lector sin aliento. Sin embargo este proceder mío puede ser controversial, ya que tener como paradigma a escritores de su talla y lo que es más arriesgado aún, el intentar seguirlo, no tan solo es algo en sí muy difícil en demasía, sino que también puede hacer que nuestra originalidad se vea opacada por la colosal sombra del mismo árbol bajo el cual tratamos de cobijarnos. Mas como solo los genios nacen sabiendo y siendo mi caso que no lo soy en lo absoluto, alguien tiene que encargarse de enseñarme lo que intento saber; por lo que mi decisión de escogerlo como mi norte no creo que le moleste a él ni a nadie, y por ello hoy voy a intentar hacer lo mismo que el Nobel hizo en ese su prólogo con una variante mía muy particular en este primer porqué: el contarles porqué doce y lo del agregado, uno más, aunque en los doce anodinos míos no hubo presidente alguno que viajara, ni una mentada santa, ni aviones de la Bella Durmiente, ni me alquilé para eso que llaman soñar, ni me llegué a ninguna parte a hablar por teléfono y no hubo tampoco espantos, ni los de agosto ni de ninguna otra clase, y ni María dos Prazeres, la anciana que esperaba la muerte, me pudo convencer de que esperara la mía, ni me encontré con la señora Prudencia Linero, la que quería entrevistarse con el Papa, pero que le fue tan difícil tal bienaventurada gracia, que le dijeron que volviera otro día, la misma que vio a unos diecisiete ingleses que al fin resultaron los diecisiete, todos envenenados, ni el tal llamado Tramontana, ese tornado de viento nunca estuvo a punto de matarme dizque para hacerle feliz el verano a una nombrada señora Forbes, ahora eso sí; la luz fue como el agua en medio del rastro de unas sangres en la nieve. Y estos fueron los doce inmensos cuentos suyos. Los de un grande entre los grandes. Los míos, vaya usted a saber cual será su desconocida suerte, ya les dije que son los 12 todos anodinos y para remate, y uno más.
Con tres porqués: porqué doce, porqué cuentos y porqué peregrinos, encabeza Gabriel García Márquez el prólogo de sus Doce cuentos peregrinos, y en él nos dice: “Los doce cuentos de este libro fueron escritos en el curso de los últimos dieciocho años. Antes de su forma actual, cinco de ellos fueron notas periodísticas y guiones de cine, y uno fue un serial de televisión. Otro lo conté hace quince años en una entrevista grabada, y el amigo a quien se lo conté lo transcribió y lo publicó, y ahora lo he vuelto a escribir a partir de esa versión. Ha sido una rara experiencia creativa que merece ser explicada, aunque sea para que los niños que quieren ser escritores cuando sean grandes sepan desde ahora qué insaciable y abrasivo es el vicio de escribir”.
Pues bien; siendo estos mis doce y uno más, cuentos que tienen cada uno su distintiva historia y considerando que el insigne García Márquez, Gabo, hipocorístico guajiro para Gabriel, como le bautizó su compañero periodista José Salgar y como le dicen sus amigos más queridos; es para mí el norte que la brújula de mi inconsciente señala al emprender los a veces azarosos viajes en que me embarco por los mares y océanos de las letras, cuando muy ufano me siento a escribir creyéndome intrépido almirante o en otras aventuras, mareado grumete. En mi navegar por ellos, lo leo y estudio línea por línea ya que lo considero un poeta de la escritura y un mago de la palabra. Escribo buscando en mi léxico voces que transmitan esa magia de la poesía en prosa. Una línea alargada con buenos adjetivos, es una de las herramientas que emplea García Márquez como descripción poética que hace que el párrafo que se lee, deje al lector sin aliento. Sin embargo este proceder mío puede ser controversial, ya que tener como paradigma a escritores de su talla y lo que es más arriesgado aún, el intentar seguirlo, no tan solo es algo en sí muy difícil en demasía, sino que también puede hacer que nuestra originalidad se vea opacada por la colosal sombra del mismo árbol bajo el cual tratamos de cobijarnos. Mas como solo los genios nacen sabiendo y siendo mi caso que no lo soy en lo absoluto, alguien tiene que encargarse de enseñarme lo que intento saber; por lo que mi decisión de escogerlo como mi norte no creo que le moleste a él ni a nadie, y por ello hoy voy a intentar hacer lo mismo que el Nobel hizo en ese su prólogo con una variante mía muy particular en este primer porqué: el contarles porqué doce y lo del agregado, uno más, aunque en los doce anodinos míos no hubo presidente alguno que viajara, ni una mentada santa, ni aviones de la Bella Durmiente, ni me alquilé para eso que llaman soñar, ni me llegué a ninguna parte a hablar por teléfono y no hubo tampoco espantos, ni los de agosto ni de ninguna otra clase, y ni María dos Prazeres, la anciana que esperaba la muerte, me pudo convencer de que esperara la mía, ni me encontré con la señora Prudencia Linero, la que quería entrevistarse con el Papa, pero que le fue tan difícil tal bienaventurada gracia, que le dijeron que volviera otro día, la misma que vio a unos diecisiete ingleses que al fin resultaron los diecisiete, todos envenenados, ni el tal llamado Tramontana, ese tornado de viento nunca estuvo a punto de matarme dizque para hacerle feliz el verano a una nombrada señora Forbes, ahora eso sí; la luz fue como el agua en medio del rastro de unas sangres en la nieve. Y estos fueron los doce inmensos cuentos suyos. Los de un grande entre los grandes. Los míos, vaya usted a saber cual será su desconocida suerte, ya les dije que son los 12 todos anodinos y para remate, y uno más.