En el siglo VIII de la era cristiana la península ibérica fue invadida por pueblos árabes y norteafricanos que profesaban un fervoroso y reciente islamismo. Derrotaron a los visigodos, más o menos romanizados, y en pocos años se hicieron con el control de todas las regiones peninsulares, excepto un núcleo de resistencia en las agrestes montañas astures que, bajo el mando inicial de don Pelayo, se fue organizando política y militarmente hasta constituir un reino cristiano en el norte de España.
A este primer rey –tras un breve reinado de su hijo Favila– le sucedió su yerno, el cántabro Alfonso I, y a éste su hijo Fruela, nieto de don Pelayo, que –según las escasas fuentes históricas existentes– fue un monarca apasionado y agresivo, en el que se cumple el famoso dicho que “quien a hierro mata a hierro muere”.
En un relato forzosamente novelado, habida cuenta de los pocos documentos de que se dispone, se narra en las páginas siguientes la vida de este rey, fundador de la ciudad de Oviedo y padre del gran Alfonso II el Casto, monarca que venció a árabes y vikingos, ensanchó los límites del primitivo reino de Asturias y llegó en sus correrías hasta la actual Lisboa.
A este primer rey –tras un breve reinado de su hijo Favila– le sucedió su yerno, el cántabro Alfonso I, y a éste su hijo Fruela, nieto de don Pelayo, que –según las escasas fuentes históricas existentes– fue un monarca apasionado y agresivo, en el que se cumple el famoso dicho que “quien a hierro mata a hierro muere”.
En un relato forzosamente novelado, habida cuenta de los pocos documentos de que se dispone, se narra en las páginas siguientes la vida de este rey, fundador de la ciudad de Oviedo y padre del gran Alfonso II el Casto, monarca que venció a árabes y vikingos, ensanchó los límites del primitivo reino de Asturias y llegó en sus correrías hasta la actual Lisboa.