Don Juan encuentra refugio en un albergue deshabitado, próximo a las ruinas del monasterio francés de Port-Royal-des-Champs. Durante su estancia de siete días le confiesa al único habitante de estos parajes, un cocinero desocupado y ávido lector, las peripecias vividas en las siete jornadas anteriores en compañía de un criado. Aventuras con diversas mujeres, unas complacientes, otras vengativas, mantenidas cada día en lugares variopintos: desde el Cáucaso a los Países Bajos, pasando por Oriente Próximo, el norte de África y Escandinavia. En "Don Juan (Contado por él mismo)" Peter Handke reinterpreta de forma novedosa a este clásico arquetipo del engaño y el libertinaje que llegó hasta nuestros días de la mano de autores tan diversos como Tirso de Molina, Zorrilla, Molière o Mozart, entre otros. Nos esboza un Don Juan que fascina a las mujeres, sobre todo con su mirada, pero no es el seductor y libertino de antaño al que estamos acostumbrados. Es un Don Juan aislado, desorientado, atormentado por la pérdida de su hijo, el único ser al que realmente amó. Es un hombre al que hasta la presencia de las mujeres llega a inquietar y que, como un héroe moderno, no encuentra un sentido a la vida. Únicamente la pena y la desesperanza lo acompañan y guían en su agitado deambular por el mundo, como una especie de fantasma que pasea su desesperación a través de los siglos, cargando con el sentimiento de la muerte. Fiel a su divisa, Handke aprovecha las memorias de Don Juan como fuente de reflexión para ahondar en la ambigüedad y las diferentes facetas que muestra el mundo real. Lo hace con su estilo peculiar, a través de retratos y descripciones pormenorizadas de personajes y objetos, especialmente de la naturaleza, buscando el perfil más insólito y preciso, en una historia que, como la de Don Juan, no tiene fin.
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