Esta es una obra de ese teatro que podríamos llamar tradicional. Querría que la gente, el público, cuando entre en la sala, se olvidara del mundo de fuera, de las prisas y el torbellino de fuera. Para mí, la sala del teatro puede ser como un oasis, un refugio, en donde el tiempo transcurra lentamente, casi deteniéndose a veces. Y en donde las palabras y las hablas no sean las de todos los días, y los personajes tengan algo de especial, que los distinga de los que nos encontramos en la vida ordinaria. Ha sido así durante decenas de siglos y yo creo que sigue siendo así. En el fondo, apenas hay diferencia entre lo que vemos hoy en una sala de vanguardia y lo que ya contemplaron los griegos, cuando se extasiaban con Eurípides.
No tengo nada contra la realidad, pero entiendo que no es obligado copiarla continuamente. Vivimos en la realidad, no es fácil escaparse de ella, ¿por qué no podríamos tratar de olvidarla, de suplantarla, durante un par de horas, de vez en cuando? En algún sitio especial, en algún sitio único: en una sala de teatro.
Y no me importa engolfarme en los temas eternos, en los de siempre. Son eternos, precisamente porque nadie los ha resuelto aún, quizá porque no tienen solución. O tienen muchas y cambiantes, y cada uno tiene que encontrar la suya, la propia, la que fue creando y moldeando a lo largo de su vida.
El protagonista de esta obra es un Don Juan otoñal, bien conservado, antiguo y famoso actor de teatro, que vive solo en una residencia para mayores. Una joven y bella enfermera, Inés, es capaz todavía de despertar en él la pasión y el amor. Un amor sereno y dulce, en el que Don Juan sabe que no es el ganador de siempre y adopta más bien el papel resignado y tierno, esperanzado a veces, del Cyrano de Bergerac.
Teatro escrito para ser representado, naturalmente. Pero que, por su carácter y estructura, permite también la lectura sosegada y amena.
El autor
No tengo nada contra la realidad, pero entiendo que no es obligado copiarla continuamente. Vivimos en la realidad, no es fácil escaparse de ella, ¿por qué no podríamos tratar de olvidarla, de suplantarla, durante un par de horas, de vez en cuando? En algún sitio especial, en algún sitio único: en una sala de teatro.
Y no me importa engolfarme en los temas eternos, en los de siempre. Son eternos, precisamente porque nadie los ha resuelto aún, quizá porque no tienen solución. O tienen muchas y cambiantes, y cada uno tiene que encontrar la suya, la propia, la que fue creando y moldeando a lo largo de su vida.
El protagonista de esta obra es un Don Juan otoñal, bien conservado, antiguo y famoso actor de teatro, que vive solo en una residencia para mayores. Una joven y bella enfermera, Inés, es capaz todavía de despertar en él la pasión y el amor. Un amor sereno y dulce, en el que Don Juan sabe que no es el ganador de siempre y adopta más bien el papel resignado y tierno, esperanzado a veces, del Cyrano de Bergerac.
Teatro escrito para ser representado, naturalmente. Pero que, por su carácter y estructura, permite también la lectura sosegada y amena.
El autor