“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor.”
Con estas palabras, Andrés Trapiello presenta el que es, sin lugar a dudas, uno de los más ambiciosos proyectos literarios de los últimos tiempos: la primera traducción impresa en castellano actual del Quijote.
El Quijote, la novela acaso más original e influyente de la literatura, es también una de las menos leídas por los lectores españoles e hispanohablantes, a menudo buenos y cultivados lectores, abrumados o desalentados por la dificultad de un castellano, el del siglo XVII, más alejado ya del nuestro de lo que se cree. Sólo pensando en ellos y en hacer que el Quijote vuelva a ser esa novela “clara” en la que no haya “nada que resulte difícil”, para que, como decía el bachiller Sansón Carrasco, los niños la manoseen, los mozos la lean, los hombres la entiendan y los viejos la celebren, Trapiello se ha decidido a adaptarla íntegra y fielmente, sin alejarse nunca del maravilloso lenguaje cervantino.
Como dice Mario Vargas Llosa en el prólogo a esta singular edición, “la suya ha sido una obra de tesón y de amor inspirada en su conocida devoción por el gran clásico de nuestra lengua”.