En la historia de la literatura universal hay unas pocas obras que prácticamente atesoran las estanterías de cualquier biblioteca occidental, por modesta que sea. Entre ellas se encuentra El Quijote, junto a la Biblia, La Divina Comedia, o algunas de las piezas más célebres de Shakespeare, como Hamlet u Otelo. De hecho, El Quijote es, después de La Biblia, la obra que más se ha editado y traducido a lo largo de la historia.
Cervantes publicó la primera parte de El Quijote a comienzos de 1605, con el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y solo en 1615 aparecería la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Desde su publicación, la obra se percibió como una auténtica desmitificación del por entonces consagrado género de la novela de caballerías. Pero la mirada burlona y crítica de Cervantes trasciende las singularidades de su época: hoy su retrato de la condición humana, en todo su esplendor y miseria, puede conmovernos o hastiarnos, pero sin duda sigue representándonos.
Cervantes publicó la primera parte de El Quijote a comienzos de 1605, con el título El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y solo en 1615 aparecería la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Desde su publicación, la obra se percibió como una auténtica desmitificación del por entonces consagrado género de la novela de caballerías. Pero la mirada burlona y crítica de Cervantes trasciende las singularidades de su época: hoy su retrato de la condición humana, en todo su esplendor y miseria, puede conmovernos o hastiarnos, pero sin duda sigue representándonos.