Este libro podría haberse llamado fácilmente “El robo de la historia”. Ni siquiera ser testigo –uno mismo- de los hechos es garantía de que permanezcan ininmutables. En el curso de averiguaciones recientes, comprendí que las palabras de Greil Marcus me eran citadas tan continuamente como las de los sujetos de sus ensayos. Pero una vez que hay suficientes palabras dando vueltas, alguien va a usarlas para hacerte meter la pata. Elvis Costello Como en los Estados Unidos, con sus linchamientos, revueltas raciales y ataques terroristas sepultados, borrados, silenciados, anónimos –como la Masacre de Bath School de 1927 cerca de East Lansing, capital del estado de Michigan (no se preocupen si no escucharon hablar de ella; casi nadie en los Estados Unidos la conoce)-, toda sociedad encontrará sus modos de silenciar sus propias historias; de convertir un sobrio testimonio en el griterío de un loco, de mezclar la verdad y la mentira hasta que, para el agrado de muchos, ni siquiera un investigador o un místico sea capaz de distinguir una de otra. Pero pasado el tiempo, tarde o temprano, todo fracasa. Greil Marcus, “Prólogo a la edición castellana” Como nunca, estamos inmersos en la cocina cínica del “autorretrato narrativo de una sociedad”, como llama Marcus a esta modelización de la Historia, que impone necesariamente exclusiones y olvidos. En este fuego cruzado de relatos, donde otros pretenden guionarnos la vida, lo mejor sería correrse un rato al costado y darse el tiempo para detectar qué es lo que otra vez acaba en el basurero de la historia. Pablo Schanton, “Introducción”
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