Podía haber sido una noche como otra cualquiera.
Pero no fue así.
A las doce en punto Lord Ezel apareció a los pies de la cama y miró el reloj que había sobre la mesita fijamente. Luego despareció. No hizo nada más. No dijo nada. Simplemente, miró el reloj y desapareció.
Pero Wiborg sabía lo que aquello significaba. Se lo habían explicado el día que le cosieron los dos botones que tenía por ojos. El maestro juguetero le había dicho:
- La vida de un osito de peluche es corta y dura, mi querido Wiborg. Debes estar preparado. Cuando menos te lo esperes… ¡Zas! Aparecerá Lord Ezel y te llevará a donde van todos los ositos cuando los niños los olvidan: a una caja de cartón cerrada en el desván.
Porque Lord Ezel era el cazador de ositos de peluche. Y tarde o temprano aparecía a los pies de la cama de algún niño y, al poco tiempo, el niño dejaba de serlo y abandonaba a su osito de peluche. Había sido así desde siempre.
Pero no fue así.
A las doce en punto Lord Ezel apareció a los pies de la cama y miró el reloj que había sobre la mesita fijamente. Luego despareció. No hizo nada más. No dijo nada. Simplemente, miró el reloj y desapareció.
Pero Wiborg sabía lo que aquello significaba. Se lo habían explicado el día que le cosieron los dos botones que tenía por ojos. El maestro juguetero le había dicho:
- La vida de un osito de peluche es corta y dura, mi querido Wiborg. Debes estar preparado. Cuando menos te lo esperes… ¡Zas! Aparecerá Lord Ezel y te llevará a donde van todos los ositos cuando los niños los olvidan: a una caja de cartón cerrada en el desván.
Porque Lord Ezel era el cazador de ositos de peluche. Y tarde o temprano aparecía a los pies de la cama de algún niño y, al poco tiempo, el niño dejaba de serlo y abandonaba a su osito de peluche. Había sido así desde siempre.