El 6 de mayo de 1905 apareció en Madrid el primer número de una revista de solamente cuatro páginas, compuestas a seis columnas, de gran formato. Se titulaba La República Literaria, como una obra de Saavedra Fajardo, porque sus responsables eran republicanos y literatos. El Comité de Redacción estaba formado por Benito Pérez Galdós, Vicente Blasco Ibáñez, Luis Morote, Pedro González-Blanco y Rafael Urbano. Prometía estar en los quioscos todos los sábados, al precio de diez céntimos, una cantidad elevada para ese tipo de publicación en ese tiempo.
Al cumplirse el centenario de su aparición pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid, para recordarla y analizarla, Arturo del Villar, también republicano y literato. El mismo año se publicó en un libro de 64 páginas.
Las dificultades económicas obligaron a suspender la publicación en su número 14, correspondiente al 9 de agosto. Además de los responsables de la dirección habían colaborado Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Nakens, José Francos Rodríguez, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Álvaro de Albornoz, y muchos otros escritores. Este índice parcial demuestra la importancia de los colaboradores, por lo general muy bien elegidos. Se plantearon interesantes cuestiones sobre la función social de la literatura, sobre las nuevas tendencias estéticas entonces enfrentadas, y se reseñaron libros con buen criterio.
Mantuvo también permanentemente una atención cuidadosa a la vida política europea, incluida la española, por supuesto. La visión era de izquierdas y republicana, por lo que se rindió homenaje a Pi y Margall para compensar el prohibido por la autoridad incompetente, y se criticó al rey con absoluta oportunidad. Además se incluyeron estudios sobre el socialismo y el comunismo.
Dos años después renació efímeramente, parece ser que gracias a la aportación económica de Blasco Ibáñez, tan gran escritor como enemigo de la monarquía y de la Iglesia. Solamente aparecieron siete números en 1907: el primero con la fecha premonitoria del 14 de abril, y el último el 26 de mayo. Se aprecia la inspiración de Blasco en el tratamiento crítico de la cuestión religiosa, lo mismo en ensayos que en narraciones. Ya en el primer número se rindió homenajea Rafael de Riego, como una justificación de lo adecuado del título.
Continuaron colaborando autores de la primera época, a los que se añadieron otros nuevos, se potenciaron las traducciones y se recordó a los clásicos al reeditar sus escritos, además de reproducir caricaturas extranjeras de intención social.
Esta segunda época pretendió ser más ecléctica que la primera, y así acogió a
autores como Ricardo León que no encajan en la tónica general de la revista. Se abandonó la atención a la política, primordial en la primera etapa, precisamente cuando gobernaba el conservador Antonio Maura, que tantos motivos dio para hacer una crítica de izquierdas a su gestión. Quizá se había achacado el fracaso anterior precisamente a la politización, y se quiso hacer una revista estrictamente literaria que alcanzase buena difusión. Pero el resultado fue el mismo. No estaba la sociedad española hace un siglo para revistas culturales en las que se atacasen los dos pilares en los que se sustentaba, el altar y el trono. El fracaso se debió a motivos económicos, pero las colaboraciones publicadas son del mayor interés. Por eso fue oportuna su revisión por parte de Arturo del Villar, y resulta muy útil su ensayo.
Al cumplirse el centenario de su aparición pronunció una conferencia en el Ateneo de Madrid, para recordarla y analizarla, Arturo del Villar, también republicano y literato. El mismo año se publicó en un libro de 64 páginas.
Las dificultades económicas obligaron a suspender la publicación en su número 14, correspondiente al 9 de agosto. Además de los responsables de la dirección habían colaborado Miguel de Unamuno, Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Nakens, José Francos Rodríguez, Ramón Pérez de Ayala, Gregorio Martínez Sierra, José Francés, Álvaro de Albornoz, y muchos otros escritores. Este índice parcial demuestra la importancia de los colaboradores, por lo general muy bien elegidos. Se plantearon interesantes cuestiones sobre la función social de la literatura, sobre las nuevas tendencias estéticas entonces enfrentadas, y se reseñaron libros con buen criterio.
Mantuvo también permanentemente una atención cuidadosa a la vida política europea, incluida la española, por supuesto. La visión era de izquierdas y republicana, por lo que se rindió homenaje a Pi y Margall para compensar el prohibido por la autoridad incompetente, y se criticó al rey con absoluta oportunidad. Además se incluyeron estudios sobre el socialismo y el comunismo.
Dos años después renació efímeramente, parece ser que gracias a la aportación económica de Blasco Ibáñez, tan gran escritor como enemigo de la monarquía y de la Iglesia. Solamente aparecieron siete números en 1907: el primero con la fecha premonitoria del 14 de abril, y el último el 26 de mayo. Se aprecia la inspiración de Blasco en el tratamiento crítico de la cuestión religiosa, lo mismo en ensayos que en narraciones. Ya en el primer número se rindió homenajea Rafael de Riego, como una justificación de lo adecuado del título.
Continuaron colaborando autores de la primera época, a los que se añadieron otros nuevos, se potenciaron las traducciones y se recordó a los clásicos al reeditar sus escritos, además de reproducir caricaturas extranjeras de intención social.
Esta segunda época pretendió ser más ecléctica que la primera, y así acogió a
autores como Ricardo León que no encajan en la tónica general de la revista. Se abandonó la atención a la política, primordial en la primera etapa, precisamente cuando gobernaba el conservador Antonio Maura, que tantos motivos dio para hacer una crítica de izquierdas a su gestión. Quizá se había achacado el fracaso anterior precisamente a la politización, y se quiso hacer una revista estrictamente literaria que alcanzase buena difusión. Pero el resultado fue el mismo. No estaba la sociedad española hace un siglo para revistas culturales en las que se atacasen los dos pilares en los que se sustentaba, el altar y el trono. El fracaso se debió a motivos económicos, pero las colaboraciones publicadas son del mayor interés. Por eso fue oportuna su revisión por parte de Arturo del Villar, y resulta muy útil su ensayo.