El alimento para sustentar el cuerpo y las caricias para alimentar el alma ni se ofrecen ni se niegan, sino que siempre están disponibles. Ofrecer a un niño más o menos ayuda de la que pide es perjudicial para su desarrollo.
Una vez reconozcamos plenamente las consecuencias del trato que damos a los bebés, a los niños, unos a otros y a nosotros mismos, y aprendamos a respetar el verdadero carácter de nuestra especie, podremos descubrir con mucha más profundidad nuestro potencial para el bienestar.
Introducción
Tres meses antes de publicarse este libro por primera vez en 1975, una amiga me pidió que le dejara la prueba impresa a una pareja que esperaba su primer hijo. Más tarde conocí a Millicent, la esposa, cuando vino a comer a casa con su hijo Seth, que tenía tres meses. Me contó que ella y su esposo Mark, que era médico, estaban convencidos de que mis ideas tenían sentido porque concordaban con lo que sentían. Estaba muy entusiasmada con la idea de que otros padres leyeran el libro, pero le preocupaba que algunos se desanimaran con la idea de tener que mantener un constante contacto físico con sus hijos durante meses.
—Entendí la idea —dijo—, pero estaba segura de que no podría llevar encima el peso equivalente a un saco de patatas de 4,5 a 7 kg. las veinticuatro horas del día. Temo que esto pueda desanimar a la gente. ¿Por qué no sigues solo con la idea de Dejar la compra en el cochecito y llevar en brazos al bebé como he oído que decías por la radio? La mayoría de las madres estarán dispuestas a hacerlo y cuando lleguen a casa desearán seguirlo llevando en brazos. Yo nunca me separé de Seth porque no sentí ningún deseo de hacerlo.
—Esa era la idea —le dije—. Solo funciona cuando el bebé está ahí y tú mantienes un contacto físico con él porque así lo sientes y no porque alguien haya dicho que debas hacerlo. Ni tampoco desearás dedicarte a servir a un bebé hasta ese punto, a no ser que lo conozcas y que te hayas enamorado de él.
(...)
Una vez reconozcamos plenamente las consecuencias del trato que damos a los bebés, a los niños, unos a otros y a nosotros mismos, y aprendamos a respetar el verdadero carácter de nuestra especie, podremos descubrir con mucha más profundidad nuestro potencial para el bienestar.
Introducción
Tres meses antes de publicarse este libro por primera vez en 1975, una amiga me pidió que le dejara la prueba impresa a una pareja que esperaba su primer hijo. Más tarde conocí a Millicent, la esposa, cuando vino a comer a casa con su hijo Seth, que tenía tres meses. Me contó que ella y su esposo Mark, que era médico, estaban convencidos de que mis ideas tenían sentido porque concordaban con lo que sentían. Estaba muy entusiasmada con la idea de que otros padres leyeran el libro, pero le preocupaba que algunos se desanimaran con la idea de tener que mantener un constante contacto físico con sus hijos durante meses.
—Entendí la idea —dijo—, pero estaba segura de que no podría llevar encima el peso equivalente a un saco de patatas de 4,5 a 7 kg. las veinticuatro horas del día. Temo que esto pueda desanimar a la gente. ¿Por qué no sigues solo con la idea de Dejar la compra en el cochecito y llevar en brazos al bebé como he oído que decías por la radio? La mayoría de las madres estarán dispuestas a hacerlo y cuando lleguen a casa desearán seguirlo llevando en brazos. Yo nunca me separé de Seth porque no sentí ningún deseo de hacerlo.
—Esa era la idea —le dije—. Solo funciona cuando el bebé está ahí y tú mantienes un contacto físico con él porque así lo sientes y no porque alguien haya dicho que debas hacerlo. Ni tampoco desearás dedicarte a servir a un bebé hasta ese punto, a no ser que lo conozcas y que te hayas enamorado de él.
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