Alberdi fue testigo durante el siglo XIX de hechos de sangre y de violencia que desde niño lo impresionaron. Las guerras de la independencia; la luchas civiles que se desencadenaron a partir del año 1820 hasta la derrota de la tiranía en Caseros; la guerra de secesión cuando Buenos Aires se separa de la Confederación; la Gu erra del Paraguay que tanto le preocupó dadas sus devastadoras consecuencias; las asonadas, conspiraciones y revueltas que en 1880 le tocó vivir siendo diputado nacional. También, durante su larga permanencia en Europa, como Ministro de la Confederación o como exiliado, fue testigo de la guerra de Crimea, de las convulsiones surgidas con la instalación del Segundo Imperio y de la guerra franco-prusiana. Para un enemigo jurado del desorden y la violencia, de la dictadura y la demagogia, que creyó siempre en los valores superiores de la libertad y la justicia, de la seguridad jurídica y de la paz, y que aspiraba fueran realidad no solo en su país, sino también en el mundo, la convocatoria de una asociación religiosa europea -la Liga Internacional y Permanente de la Paz-, fue suficiente para decidir su participación y redactar "El crimen de la Guerra", ensayo que no llegó a presentar, ni a concluir. No obstante esta circunstancia es un libro de gran valor moral e intelectual y de alarmante actualidad, de sorprendente aplicación a nuestra realidad del siglo XXI. En nuestro país fue blanco de múltiples críticas, de prohibiciones, de la sombra de los sótanos y del fuego.
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