Pequeños, frágiles, inquietos, entrañables y habitualmente esquivos, los pájaros son una de las criaturas más afortunadas de la naturaleza pues poseen el don más maravilloso de todos: volar. Con frecuencia envidiadas por el hombre e imitadas desde hace siglos, las aves nos demuestran una y otra vez que nunca conseguiremos volar por nuestros propios medios y que necesitaremos para ello algún tipo de máquina o aparato que nos permita mantenernos en el aire. El ser humano puede nadar de modo similar a los peces, horadar la tierra como los gusanos, correr como los caballos, trepar como los monos y hasta construir viviendas complejas como las hormigas; todo eso lo puede hacer con la sola ayuda de sus manos, pero volar con sus propias facultades lo tiene vetado por la naturaleza. Por eso no nos debe extrañar que su frustración le lleve frecuentemente a privar a las aves de su don más preciado, el de volar, como si con ello quisiera demostrar que sigue siendo el ser más hábil en la naturaleza. Afortunadamente el hombre también es un buen protector de los animales, pues al enjaular a un pájaro también le está protegiendo y alimentando, y hasta podemos lograr que sean felices encerrados. De todos modos, nunca se olvide cerrarles la puerta de la jaula, puesto que basta con dejarla un poco entreabierta para que emprendan un veloz vuelo sin retorno. Mejor demostración sobre sus verdaderos deseos, imposible.
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