Era el día del cumpleaños de la Infanta, la princesita real de España. Ella cumplía doce años, y el sol iluminaba con esplendor los jardines del Palacio.
Por más que fuese una Princesa de sangre real, y además Infanta del inmenso imperio de España, también ella debía resignarse a no tener más que un cumpleaños cada año, lo mismo que los hijos de los plebeyos del reino. Era, por lo tanto, muy importante para todos que ese día fuera un día hermoso. ¡Y era un día lindísimo! Los arrogantes tulipanes se erguían en sus tallos, como largas filas de soldados y miraban desafiantes a las rosas, diciendo:
—¡Hoy somos tan hermosos como ustedes!
Por más que fuese una Princesa de sangre real, y además Infanta del inmenso imperio de España, también ella debía resignarse a no tener más que un cumpleaños cada año, lo mismo que los hijos de los plebeyos del reino. Era, por lo tanto, muy importante para todos que ese día fuera un día hermoso. ¡Y era un día lindísimo! Los arrogantes tulipanes se erguían en sus tallos, como largas filas de soldados y miraban desafiantes a las rosas, diciendo:
—¡Hoy somos tan hermosos como ustedes!