Esta es una novela documentada donde se lleva a cabo un análisis crítico de la Biblia basado en el estudio realizado por reconocidos académicos del área, filósofos y científicos: Víctor Agostini tenía la firme intención de hallar un mensaje inequívoco en la Biblia, pero al ir avanzando fue dándose cuenta de todas las contradicciones imposibles de conciliar y de los múltiples comportamientos retrógrados que en ella se encontraban y que reflejaban un profundo desconocimiento que aquellas sociedades primitivas tenían de la naturaleza. Sin embargo, siendo cauto y estando consciente de sus limitaciones, apeló al conocimiento de competentes académicos para ver si encontraba una explicación aún oculta a sus ojos que pudiera aminorar el panorama que amenazaba a su fe; pero aquella investigación no hizo sino darle más sentido a lo que venía viendo emerger consistentemente y dejó en descubierto un análisis al cual nunca antes había tenido acceso. Fue en aquel escenario inesperado cuando se dio cuenta del letargo ideológico en el que había estado cautivo por tanto tiempo, y tras haber examinado escrupulosamente cada elemento a través del pensamiento crítico y objetivo, empezaron a salir a la luz una gran cantidad de situaciones que fueron menoscabando progresivamente sus convicciones, las cuales previamente había considerado como inquebrantables. Luego de evaluar cada una de las evidencias que tuvo a su disposición, llegó a presentar un cambio trascendental en su forma de concebir aquellas historias, ahora poniendo en duda la existencia de los patriarcas o la del mismo Moisés, encontrando varios indicios que sugerían un pasado politeísta en el pueblo de Israel, viendo profecías fallidas o sacadas fuera de contexto, notando un inminente final de los tiempos que nunca llegó, advirtiendo milagros dudosos, descubriendo anacronismos e historias inventadas, encontrando diferentes concepciones del porqué se sufre, diferentes concepciones de la muerte y de la consecuente retribución, topándose con leyes y posturas inmorales, sacrificios humanos y elementos mitológicos, evidenciando un sincretismo con otras religiones y una actitud demasiado humana por parte de Yahvé. Adicionalmente, llegó a saber que los documentos originales están perdidos y que las copias más antiguas datan de un par de siglos posteriores a su redacción, así como también logró identificar plagios y falsas autorías y el hecho de que el primer escritor del nuevo testamento no mencionara prácticamente nada acerca de la vida o el mensaje de Jesús.
Todas las inconsistencias e inverosimilitudes encajaban perfectamente en un cuadro en el que sujetos con una agenda en mente, bien fuera de buena fe o por intereses personales, alegaban haber recibido un mensaje por inspiración divina y creían tener las respuestas de la vida, pero irónicamente carecían de un conocimiento fundamental del mundo que les rodeaba, lo cual quedaría en evidencia cuando la ciencia moderna hiciera acto de presencia para demostrar que muchas de sus concepciones, tomadas anteriormente como verdades incuestionables, estaban absolutamente equivocadas. Asimismo, reconoció que gracias a la ciencia se han roto paradigmas obtusos y bizarros del pasado, se ha mejorado la expectativa de vida, se ha comprobado cómo ha evolucionado el universo y los seres vivos, y se ha comenzado a descifrar la complejidad del cerebro, rompiendo con mitos antiguos y sentando bases plausibles para considerar que quizás toda nuestras experiencias tengan un origen y una terminación en las asombrosas redes neuronales de dicho órgano.
Esta fue la metodología que el señor Agostini usó para analizar escrupulosamente todos los testimonios y alegatos, y lo que originalmente comenzó siendo un dilema, paulatinamente fue dilucidándose para apuntar hacia una sola dirección: No hay suficientes razones para creer en la existencia de Dios, ya que no hay evidencias sólidas para disuadir a un ateo de que acepte el camino irracional de la fe.
Todas las inconsistencias e inverosimilitudes encajaban perfectamente en un cuadro en el que sujetos con una agenda en mente, bien fuera de buena fe o por intereses personales, alegaban haber recibido un mensaje por inspiración divina y creían tener las respuestas de la vida, pero irónicamente carecían de un conocimiento fundamental del mundo que les rodeaba, lo cual quedaría en evidencia cuando la ciencia moderna hiciera acto de presencia para demostrar que muchas de sus concepciones, tomadas anteriormente como verdades incuestionables, estaban absolutamente equivocadas. Asimismo, reconoció que gracias a la ciencia se han roto paradigmas obtusos y bizarros del pasado, se ha mejorado la expectativa de vida, se ha comprobado cómo ha evolucionado el universo y los seres vivos, y se ha comenzado a descifrar la complejidad del cerebro, rompiendo con mitos antiguos y sentando bases plausibles para considerar que quizás toda nuestras experiencias tengan un origen y una terminación en las asombrosas redes neuronales de dicho órgano.
Esta fue la metodología que el señor Agostini usó para analizar escrupulosamente todos los testimonios y alegatos, y lo que originalmente comenzó siendo un dilema, paulatinamente fue dilucidándose para apuntar hacia una sola dirección: No hay suficientes razones para creer en la existencia de Dios, ya que no hay evidencias sólidas para disuadir a un ateo de que acepte el camino irracional de la fe.